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Writer's picturePaul Mirande

LA LETRA CON AMOR ENTRA (presentación)



Ya es un año que el taller sobre el papel de la literatura en la sociedad de la información tuvo lugar en el Museo Remigio Crespo Toral. El libro sobre este taller tardó en presentarse. Por eso, podemos decir, como lo dice el segundo verso de la marsellesa, el himno de la Revolución francesa a la cual participó Francisco de Miranda : ¡ha llegado el día de gloria!

 

No voy a repetir lo que podrán descubrir en este pequeño libro, obra colectiva de un taller con contribuciones individuales de miembros de Casa tomada. Para subrayar el carácter individual de este trabajo colectivo, se ha añadido al texto del taller las lecturas de cabecera de los autores.

Lo colectivo no debe borrar lo individual.

 

La idea de este taller me vino hace once años.

El primer de enero de 2013, algunos pensaron que el mundo se acabaría, no por un apocalipsis nuclear ni por el cambio climático, pero únicamente porque el calendario maya se acababa a fines de 2012.

No fue el fin del mundo. Pero ese mismo día, mi hijo ya teniendo dieciocho años me llamó para decir que su profesor de literatura se había suicidado.

Para él sí fue el fin del mundo. El fin de su mundo.

Dejó una carta que contenía muchas referencias literarias.

La literatura no es la vida. Es un conjunto, ciertamente complejo pero a final de cuentas destinado a ser leído y interpretado de señales de vida.

Resulta entonces chocante que un profesor de literatura de apenas treinta y tres años se haya despedido de nuestro mundo con varios fragmentos de la literatura. Escribió literalmente: Yo mismo no puedo explicar mi gesto. Pido a mis héroes literarias que lo hagan.

Mi reacción espontanea fue: ¿Qué? ¿Se puede explicar por la literatura un suicidio? ¿No se supone que alguien que ama la literatura ama también la vida, al punto de no querer quitársela?

Eso fue el punto de partida de una interrogación para la cual sólo un colectivo compuesto esencialmente de escritores, poetas, biógrafos, historiadores y ensayistas podían dar respuestas.

Así que voy a hablar en primer lugar del acto de escribir, aunque escribir y leer forman un conjunto.

 

Quiero decir de entrada que, en mi opinión muy personal, escribir y leer podría dentro de poco ser la actividad de unos pocos, de una élite si prefieren, como lo fue el conocimiento del latín y del griego en el Renacimiento.

No olvidemos, sin embargo, que gracias a esos pocos que sabían latín y griego llegó la Ilustración y, por ende, la democracia que nos permite gozar de libertades publicas y privadas.

En la política, lo colectivo tampoco debe borrar lo individual.

Para nuestra generación y la de nuestros padres, escribir una carta, que sea de amor o de negocio, aún para alguien sin gran formación académica, era lo más normal del mundo. Claro que se tenía que tomarse el tiempo para escribir una carta. Aún con faltas de ortografía o de gramática, escribir una carta no era gran cosa. Hoy en día, esa capacidad se ha perdido por la brevedad de los mensajes. Y es de lamentar.

 

Ahora bien: ¿que se puede decir del acto de escribir ficción, poesía, historia, biografías o ensayos?

Voy a abordar ese tema por medio de tres propuestas.

Primero, el acto de escribir es un acto divino sin ser evidentemente un acto de creación divina. Hablaré al respecto del Libro sagrado que nos es, en el mundo occidental, más presente: la Biblia.

Segundo, el acto de escribir representa la vida sin ser la vida misma. En este caso, hablar de la figura del Quijote es inevitable.

Por último, el acto de escribir es un acto solitario, pero que al mismo tiempo niega la soledad. Hablaré al respecto del Diario de Anne Frank, redactado en mi idioma materno, el neerlandés, en circunstancias muy dramáticas.

 

Primero, el acto de escribir es un acto divino sin ser evidentemente un acto de creación divina.

¿Cómo llega la Palabra de Dios a su pueblo? Por las Escrituras.

El que escribe por primera vez siente un poder mágico. Nombrar las cosas, sus sentimientos y eventos, tiene algo de divino.

Escribiendo, uno puede formular lo que existe, como un científico que reduce un proceso físico complejo a una formula matemática sencilla, o uno puede crear su propio universo.

Claro que siempre será un universo de papel, pero la sensación de crear por medio de la escritura se asemeja a algo divino.

Pero ojo: el que escribe no debe caer en la megalomanía. En la ilusión de convertirse en todopoderoso. Yo mismo un día escribí en francés: Mes pattes de mouche veulent être des empreintes de géant. En español: Mis garabatos quieren ser pasos de gigante. Claro que seguramente había bebido demasiado cuando escribí eso.

Hoy creo más bien que si la fe puede mover montañas, el escritor sólo mueve palabras y desplaza comas.

 

Segundo, el acto de escribir representa la vida sin ser la vida misma.

Cervantes hace que Don Quijote no coma ni duerma porque en los libros que él ha leído ni se come, ni se duerme. Por suerte, otorga el derecho de comer y de dormir a Sancho Panza. ¿Pues qué cosa más vulgar, indigna de un Caballero andante, que comer y dormir?

Flaubert hace lo mismo con Emma Bovary. Ella quiere vivir las romances como se desarrollaban en los libros que ella leyó en un convento de monjas. Pero la vida no es un cuento de hadas. No hay brujas ni fantasmas, pero acreedores que empujan Emma Bovary hacia el mismo acto cometido por el profesor de literatura de mi hijo a finales de 2012, cuando se acabó el calendario maya. 

No hay que confundir un libro con la vida. Un libro enriquece la vida, pero no reemplaza la vida.

 

Por último, el acto de escribir es un acto solitario pero que al mismo tiempo niega la soledad.

Anne Frank escribió un diario para ella misma dirigido a un personaje imaginario que la propia autora llama Kitty. Nunca pensó ser leída por tanta gente. Lo que escribe es bastante común. Son cosas de la adolescencia. Enamoramientos. Observaciones de los adultos alrededor. Sueños de un futuro en qué la joven adolescente sería una escritora conocida, etcétera. Pero este diario se ha convertido en un acto de denuncia y de resistencia contra el Holocausto aunque su autora había de perecer en un campo de concentración.

Anne Frank dejó una señal de vida frente a las muertes omnipresentes y por eso es leída por billones de personas aunque muchos otros también se perdieron en grandes sufrimientos sin haber dejado escrita ni una sola palabra.

Hay que saber que, en Auschwitz, en esas condiciones infrahumanas, hubo muchos que escribieron poesía para manifestar, en contra de los verdugos, su humanidad. Las letras escritas en soportes inimaginables dieron a las victimas letras de nobleza, las de ser humanos y no insectos por aniquilar como querían los verdugos.

Así que escribir, aún si es para uno mismo, es manifestar su humanidad, su pertenencia a la humanidad. Así que por ende niega la soledad que es el castigo mayor para cualquier ser humano.

 

Quisiera terminar diciendo que para leer hay que tener un alma, pero más todavía para escribir.

El alma ha sido descartada en la vida moderna como una ficción que no tiene base científica. Cierto, es un concepto un poco anticuado pero por eso no ha dejado de ser un concepto esencial en la vida literaria.

En el mundo de la ética, suelo decir: ¿Cómo se puede dudar de la existencia del alma cuando se ve la cantidad de los que venden la suya todos lo días?

En el mundo de las letras, es en el alma que resuena o no lo que estamos escribiendo o leyendo.

Fernando Pessoa dijo al respecto en un poema escrito en el año de su muerte 1935 lo siguiente: ¿Quién nos robó nuestra alma? En Mensagem, el libro de poesía premiado por el régimen dictatorial que Pessoa combatió, escribe: A vida é breve, a alma é vasta. Ah, quanto mais ao povo a alma falta, mais a minha alma atlântica se exalta!

 

Hay ciertamente otros temas que hubiésemos podido tratar como por ejemplo: La ficción permite decir su verdad sin perder su libertad. O: La literatura es como una cantidad de sueños con los ojos abiertos que tiende a abrirnos más los ojos todavía.

 

Pero es hora de concluir: el escritor, quien que sea, nunca está solo mientras escribe, aunque lo que convierte a un escritor es el lector. La literatura en la sociedad robotizada de la información y también de la desinformación es el alma de la humanidad. El papel de la literatura puede ser cada vez menor pero nunca desaparecerá y ningún programa de inteligencia artificial generativa podrá reemplazar las relaciones que el que escribe establece con el que lee.

Y es precisamente de lectura que nos hablará nuestro presidente de Casa tomada.

 

 

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