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La concha y el yate

 

CRÓNICA DE UN REVOLUCIONARIO

traducido del neerlandés
por Cindy Goossens

Vallegrande (Bolivia), 9 de octubre de 1967. Mientras se celebra en Moscú el cincuentenario de la Revolución de 1917, nace Victor Hugo, hijo de Mario, quien el mismo día ejecuta el Che en La Higuera. Mario tiene que salir del pais para escapar a la venganza de los partidarios del Che. Así, su hijo Victor Hugo conoce Paris - donde a sus cinco años encuentra Neruda quien le obsequia una linda concha -  y Bruselas. A sus dieciocho años quiere seguir los pasos del Che. Participa en Chile al atentado contra el Patriarca, alias Augusto Pinochet, en septiembre de 1986. En Cuba es asistente del general Arnulfo Ochoa, Héroe de la Revolución, ejecutado en junio de 1989 por supuesto narcotráfico. Es nombrado por el Comandante, alias Fidel Castro, guardián del Pilar, el yate de Hemingway. En 2000 huye con un doble del Comandante  a Cayo Hueso donde cuenta su historia.
 

 

La concha y el yate es el primero de los seis relatos de Travesías, cada uno de los cuales se centra en América Latina. Las intrigas de estos "cuentos bajo el trópico del Cáncer" que, además de La concha y el yate, incluyen: Trampa, Oruga, Récord, Volcán y Sálvese quien pueda, se desarrollan todas durante la segunda mitad del siglo XX. Unos occidentales se meten en líos en este subcontinente, donde no sólo la riqueza y la miseria, sino a menudo el amor y la violencia están separados por una fina membrana. ¿Aguantarán? Y si lo hacen, ¿cómo sobreviven a los eventos traumáticos que les suceden? El volumen es también un homenaje a ocho autores del siglo XX, tres de ellos ganadores del Premio Nobel y dos más que sin duda se merecían uno. Todos ellos venían de esta parte del mundo o se sentían atraídos por ella. Cuatro de ellos vieron la luz en 1899, los otros cuatro entre 1900 y 1909. Abarcan apenas diez años, pero aún así más de una generación. Uno de estos autores, Ernest Hemingway, llegó a llamar a esta generación la "generación perdida". No es casualidad que estos ocho autores hayan pasado la mayor parte de su vida fuera de su biotopo natural o en el exilio. En las historias en las que aparecen, siempre se presentan de forma indirecta, a través de un objeto amado. Por ejemplo, conoceremos el yate de Ernest Hemingway (nacido en 1899, Premio Nobel 1954), la caracola favorita de Pablo Neruda (nacido en 1904, Premio Nobel 1971), el “Aleph" de Jorge Luis Borges (nacido en 1899), la red de mariposas de Wladimir Nabokov (nacido en 1899), El bar favorito de Malcolm Lowry (nacido en 1909), el hijo de Miguel Ángel Asturias (nacido en 1899, Premio Nobel 1967), el rosario de Graham Greene (nacido en 1904) y la rosa de Antoine de Saint-Exupéry (nacido en 1900).
 

FRAGMENTOS


Boina 

Víctor Hugo, doctor dePoo, convocó de repente a la sala llena de dobles del Che para liberar a América de los americanos. Pensé: “¿Se está volviendo loco?” Eché una mirada furtiva al bar Sloppy Joe's. Había, como siempre, un ambiente bochornoso. Justo enfrente del escenario brillantemente iluminado, una rubia bronceada en cama solar aplaudía incontroladamente; llevaba una camiseta color plata que lucía la cara del Che en la parte delantera y trasera. A su paso aplaudieron con entusiasmo todos los dobles que habían acudido a una sesión fotográfica especial. El doble de Fidel Castro -pues obviamente no era el propio Comandante- había sido fotografiado ese día con Ernest Hemingway. No con el escritor mismo, por supuesto, sino con la persona que había ganado el concurso de dobles del año anterior -el año en que Hemingway habría cumplido cien años. En la pared colgaba la fotografía en blanco y negro, también muy iluminada, en la que el autor de “El viejo y el mar” estrechaba la mano del entonces flamante líder de Cuba. Esa foto, tomada tras un concurso de pesca organizado por el propio Hemingway, tenía ya cuarenta años. Otra foto que databa de la misma época mostraba a Ernesto Guevara de la Serna -alias el Che- con un fusil apuntando al cielo. 
El mismo Víctor Hugo andaba disfrazado del Che. Sin embargo, con su boina negra con estrella roja, su incipiente bigote y su frondosa cabellera, sólo había quedado undécimo en el concurso de parecidos. Sin embargo, al igual que el Che, sufría de asma y siempre tenía un inhalador a mano. Pero quizás fue por ese parche en el ojo izquierdo y esa caracola marina alrededor del cuello -que le daban un aire de pirata- que ni siquiera terminó entre los diez primeros. 
Con su historia sobre el hijo del asesino del Che que quería seguir los pasos de éste, Víctor Hugo arrebató el primer premio de otro concurso. Lorian Hemingway, nieta del ganador del premio Nobel de 1954, llevaba años organizando concursos de relatos en Cayo Hueso. Para el primer concurso de dobles del Che, celebró una edición extra. Y también ella se quedó de piedra cuando escuchó el llamado de Víctor Hugo. ¿Era una broma? ¿Como cuando los fundadores de la República de la Concha, a noventa millas al norte de La Habana, declararon la guerra a Washington?

Mural

La historia de Víctor Hugo, por desgracia, carece de un principio y un final claros. Parece más bien un fresco ingenuo sobre una muralla en ruinas. Ya sabe, el tipo de mural que representa la suerte de un héroe popular. En su caso, abarcaría treinta y tres años y escenificaría a Víctor Hugo en distintas edades. Desde Vallegrande, donde nació y el Che estuvo enterrado durante treinta años, hasta Cayo Hueso, ¡donde nos encargamos de él!
Para empezar, está la ejecución del Che por parte de Mario, el padre de Víctor Hugo, en La Higuera el día que nació su hijo en Vallegrande. Entonces el cadáver del Che fue rodeado por una multitud curiosa y a veces enlutada, así como por militares que lo consideraban un trofeo de caza. 
Tras la muerte del Che, corrió el rumor de que todos los relacionados con su ejecución pagarían por ello con el exilio, la enfermedad o incluso la vida. Desde el campesino que traicionó la posición del Che hasta el presidente que ordenó la ejecución. Desde el suboficial que tuvo que vigilar al Che la primera noche después de su arresto, hasta los oficiales de alto rango que maltrataron al Che, posaron junto a su cadáver o le cortaron las manos. De todos ellos se vengarían de una manera u otra. 
Incluso parecía que algo como la maldición del faraón estaba en juego aquí. Según la leyenda, cualquiera que violara, de la forma que sea, la tumba de un faraón,  tenía que pagar con su vida. Para los que descubrieron la tumba de Tutankamón, la pregunta ya no podía hacerse. Todos ellos murieron poco después del descubrimiento, por todo tipo de enfermedades o accidentes misteriosos. Pero el Che no era un faraón, ni siquiera en Cuba, donde el Comandante sigue teniendo el poder. Para un marxista, invocar tal maldición sería en sí mismo una blasfemia. 
Pensándolo bien, eran fenómenos perfectamente explicables. A veces sí se trataba de un acto de venganza por parte de los partidarios del Che, otras veces era un verdadero accidente: de helicóptero, de tránsito o una bala perdida. Sin embargo, la mayoría de las veces se trataba de conflictos entre militares rivales que buscaban hacerse con el poder. Así, Bolivia tiene una tradición de golpes militares. El propio Mario sobrevivió, pero tuvo que pasar a la clandestinidad y cambiar constantemente de nombre. 
Tras la ilustración de la supuesta maldición del Che, vemos como Víctor Hugo, de cinco años, recibe de manos de Pablo Neruda dos caracolas marinas al pie de la Torre Eiffel. Hasta el día de hoy mantiene el más pequeño de los dos Strombus o canelos alrededor de su cuello como un fetiche. Esta es también la concha que aparece en la bandera de nuestra mismísima República de la Concha.
Cuando tenía ocho años, Víctor Hugo fue testigo en París del asesinato del embajador Joaquín Zenteno, el general que posó ostentosamente junto al cadáver del Che. El asesinato de Zenteno, llevado a cabo por dos hombres con barba, fue reivindicado por los partidarios del Che, pero pudo haberse cometido igualmente a instancias del presidente Hugo Banzer. Después de todo, este de repente consideró a Zenteno, un antiguo partidario, como un oponente al que había que eliminar.
Tras terminar en Bruselas con su padre, Víctor Hugo visitó a su abuela Graciela en La Paz, seis años después. Es testigo de la caída del último presidente de Bolivia que llegó al poder mediante un golpe militar, y se convierte en marxista.
De vuelta a Bruselas, donde completa su educación secundaria, Víctor Hugo se enamora de Katja García, la hija de un emisario de Salvador Allende. Tras el golpe militar del Patriarca -alias Augusto Pinochet- el padre de Katja, Marcos, tuvo que cambiar su condición de diplomático intocable por la de refugiado político.
Víctor Hugo sólo tenía diecisiete años cuando le juró a Katja seguir los pasos del Che y luchar contra la injusticia en cualquier parte del mundo. Katja le convence para que se una a un grupo de resistencia chileno, llamado Frente Patriótico. Como prueba tiene que desenterrar la caracola favorita de Neruda, donada por Mao, de la tumba de Neruda en Isla Negra: ¡la Thatcheria mirabilis! 
Así, Víctor Hugo se convierte finalmente en el segundo miembro más joven del grupo de veintiuno que, disfrazado de orden religiosa, quiere hacer volar al Patriarca. Sin embargo, la granada de su bazooka rebota en el Mercedes blindado del tirano. 
En la Plaza de la Constitución, detrás de la Moneda, Víctor Hugo lo intenta por segunda vez en el septuagésimo primer cumpleaños del Patriarca. Solo. Pero este intento también acaba en fracaso. Un francotirador le da a Víctor Hugo en el ojo izquierdo. 
Víctor Hugo huyó a Cuba por primera vez a través de su Bolivia natal. A sus ojos, esa isla tiene la forma de un tiburón martillo color plomo. La parte que sobresale de la cabeza del tiburón está formada por la Sierra Maestra. Desde allí, los doce combatientes supervivientes del Granma -un yate de la misma eslora que el Pilar- conquistaron finalmente toda la isla, acompañados por el Comandante y el Che. Víctor Hugo es nombrado por el Comandante como ordenanza del Héroe de la Revolución, el General Arnaldo Ochoa. Sin embargo, en la siguiente escena, el General Ochoa es ejecutado por orden del Comandante.
Tras la ejecución de Ochoa, Víctor Hugo reaparece en Chile. En su mente, ese país, encerrado entre los Andes y el Océano Pacífico, tiene la forma de una serpiente de cascabel estirada. Víctor Hugo es detenido por su participación en el atentado contra el Patriarca, quien sin embargo fue destituido del poder tras un plebiscito perdido. Sin embargo, con veintitrés compañeros de prisión, logra escapar de la cárcel de Santiago a través de un túnel de sesenta metros.
En Ushuaïa, donde vive escondido, Víctor Hugo recibe la noticia de que su abuela Graciela, de setenta y cuatro años, se está muriendo. Así que regresa a su tierra natal, donde es testigo de su agonía. 
Tras el primer regreso de Víctor Hugo a Cuba, el Comandante le confia la custodia del Pilar. Unos lancheros intentan robar el yate de Hemingway para llegar a los Estados Unidos. Así, Víctor Hugo conoce a Gregorio Fuentes, el capitán del Pilar que sirvió de modelo del anciano en “El viejo y el mar”. También se enamora de Sonja, la sobrina del biógrafo del Comandante. Sin embargo, tras su única noche de amor, Sonja desaparece sin dejar rastro.
Por tercera vez en Chile, donde espera conquistar a Katja, Víctor Hugo es detenido de nuevo. Katja, ahora portavoz del gobierno democráticamente elegido, jura que nunca conoció a Víctor Hugo, acusado de terrorismo. Esta vez, él y tres de sus compañeros escapan en helicóptero de una prisión de alta seguridad y regresan a Cuba. Ese mismo año -el año en que Víctor Hugo cumple treinta años- Gregorio Fuentes celebra su centenario y el Che consigue su mausoleo. 
Un año después, el Patriarca es puesto bajo arresto domiciliario en Londres. Sin embargo, después de que el tirano haya regresado a Chile en el año dos mil, Víctor Hugo cree que recibirá la visita del Comandante. Pero es su doble, Alejandro Ruz. Juntos, finalmente, zarpan en el Pilar. Los guardacostas cubanos los interceptan, pero se retiran por orden del que creen que es el Comandante. Frente a la bandera con el Strombus de la República de la Concha, naufragan Víctor Hugo y Alejandro Ruz. 
La escena final ya la conocemos: en su trigésimo tercer cumpleaños, Víctor Hugo hace un llamado a una treintena de falsos Ches para liberar a América de los americanos.

 

Mechón

A la embajada de Chile, dijo Graciela después de tomar un taxi con Víctor Hugo en la Gare du Nord de París. En Vallegrande había aprendido de una monja francesa algunas frases en francés. Así que el taxista la entendió. Gracias a Dios. Porque ella no entendía nada de lo que decía el hombre con una Gitane entre los labios. El hecho de que Graciela se dirigiera primero a la embajada de Chile y sólo después a la de Bolivia, no era para librarse de perseguidores eventuales. Quiso dar las gracias a Pablo Neruda por ser la voz de la América Latina asolada por la miseria y la violencia. 
Pasado el Sena y el Hôtel des Invalides, donde fue enterrado Napoleón, el taxi se detuvo en el Boulevard de la Tour-Maubourg. En la fachada de una hermosa casa esquinera de estilo art-nouveau ondeaba la bandera chilena. Esa mostraba los mismos colores que la tricolor francesa. Sólo que estaban ordenados de manera diferente. En la esquina izquierda de color azul brillaba una estrella blanca, símbolo de la Cruz del Sur. El azul representaba el Océano Pacífico, el blanco las cumbres nevadas de los Andes y el rojo la sangre de los luchadores por la libertad.
Graciela miró lo que indicaba el taxímetro y pagó con los francos franceses que había cambiado en Frankfurt. Luego se arregló el pelo y tocó el timbre. La recepcionista miró con desconfianza a ambos visitantes cuando entraron en el vestíbulo de la embajada. Graciela fue directamente al grano: ¿Podría hablar con Neruda?
La recepcionista respondió que el embajador se encontraba en el Elíseo. De todos modos, no recibía a nadie sin audiencia.
Graciela preguntó si podían esperar en el lugar. El embajador no se ausentaría para siempre, ¿verdad?
Sólo si es usted ciudadana chilena dijo la recepcionista con brusquedad. Los extranjeros...
Mi país, Bolivia, interrumpió Graciela, lleva el nombre del hombre que quiso que todos nos comportáramos como hermanos: Simón Bolívar. Y seguramente un poeta que representa no sólo a Chile, sino a toda América Latina, tendrá un minuto para una de sus más fervientes admiradoras.
Graciela sabía que Simón Bolívar noquearía a cualquier funcionario de una nación que se liberó de España. Y así, ella y Víctor Hugo se sentaron tranquilamente en un sofá del vestíbulo. En una mesa baja frente a ellos estaba la revista mensual chilena "Lom". En la portada había una fotografía en blanco y negro de Neruda vestido de gala pronunciando su discurso del Premio Nobel. En las páginas interiores había un reportaje ilustrado sobre la visita de Estado de Fidel Castro a Chile, a finales del año pasado. La visita, que inicialmente iba a durar sólo una semana, se prolongó finalmente durante tres semanas y media. En una primera foto, Fidel Castro y Salvador Allende aparecen de pie en un descapotable, saludando a la multitud. En una segunda, Fidel Castro se dirigió a una multitud de estudiantes desde una tribuna. En una tercera, Fidel Castro y un general de división desconocido saludaron a las banderas cubana y chilena. Debajo de la foto constaba el nombre completo del ilustre desconocido: Augusto Pinochet Ugarte.  
Víctor Hugo acababa de dormirse en el regazo de Graciela a causa del jet lag, cuando Neruda apareció en el recibidor de la embajada. Al parecer, el presidente francés Georges Pompidou, gran amante de la poesía, había invitado al poeta chileno a una tertulia literaria. Graciela apartó suavemente a Víctor Hugo, volvió a dejar la revista mensual "Lom" en la mesita y se dirigió con paso firme a Neruda. El poeta, de traje gris con camisa blanca y corbata roja, la miró sorprendido. Graciela sacó hábilmente su libro favorito del bolso y le tendió la página firmada por Neruda a él mismo. Neruda sonrió al reconocer su propia firma y dijo: Su ejemplar ya está firmado, señora. ¿Qué más puedo hacer por usted?.
Quería agradecerle todo lo que ha hecho por la gente de nuestro continente. 
¿De dónde es usted?
¿Le suena Vallegrande, Su Excelencia?
Por supuesto. Ahí es donde el Che …
¡Estuve presente en su autopsia!
¿Cómo sé que no está tratando de engañarme?
¡Este chico aquí!
¿Este chico?
¡Nació el mismo día que el Che fue asesinado!
Víctor Hugo se frotó los ojos y preguntó a su abuela -a la que llamaba "mamá"- cuándo podría ver a su padre. Neruda, cuya curiosidad se había despertado, preguntó inmediatamente a Víctor Hugo cómo se llamaba y qué edad tenía.
Víctor Hugo, respondió el niño de cinco años, extendiendo todos los dedos de su mano derecha. ¿Ese es tu nombre real? preguntó Neruda muy en serio. 
No es un seudónimo en absoluto comentó Graciela.
Yo tampoco me llamo Pablo Neruda, dijo Neruda con brusquedad, disgustado porque aparentemente tenía que responder por el hecho de llevar un seudónimo. Neruda es un checo. Mi poeta favorito. Mi nombre oficial es Neftali Ricardo Reyes Basoalto. 
En realidad he venido a París, dijo Graciela para ver a mi hijo, que le pidió que autografiara este ejemplar de su obra!
¿No es el chofer de la Excelencia Boliviana? ¿Cómo se llama? ¿Pedro?
Mi padre se llama Mario, exclamó Víctor Hugo.
Graciela miró con severidad a su nieto y enseguida se dirigió a Neruda: Víctor Hugo no ve a su padre Pedro desde hace mucho tiempo. Lo confunde con su hermano Mario, que vive en La Paz.
¿Sabes lo que llamamos "la once?" preguntó Neruda cambiando repentinamente de tema.
Graciela sacudió la cabeza.
Es lo que los ingleses llaman "tea time".
Me lo imagino, rió Graciela. Los chilenos y los ingleses …
¿Acaso no vamos a empezar de nuevo la guerra del guano y el salitre?
Ustedes nos han robado cientos de kilómetros de costa dijo Graciela, intentando que su comentario no sonara como un reproche. Así que no tenemos salida al mar!
No al mar, señora. Al océano. El Océano Pacifico. El Océano que en realidad debería haberse llamado Guerrero, y no Pacífico, como se denomina en nuestro idioma, en inglés y en francés!
Con un gesto amplio, Neruda invitó ahora a sus dos huéspedes a seguirle hasta el primer piso, por la escalera de mármol. A la recepcionista le ordenó que guardara su abultada maleta. Tras pasar por un retrato oficial del Presidente Allende, fueron invitados a un salón lujoso. Una de las paredes estaba completamente ocupada por un armario lleno de libros con bordes dorados. En el centro había una mesa, de forma rectangular, hecha de ébano con incrustaciones de marfil. Graciela y Víctor Hugo se sentaron en uno de los muchos y acogedores sillones de cuero marrón mientras Neruda por teléfono pedía té y café con galletas.
Graciela siguía dirigiéndose a Neruda como "Su Excelencia". Por eso el embajador le guiñaba el ojo a Víctor Hugo y pronunció con voz cadenciosa los primeros versos de uno de sus poemas: Me llamo pájaro Pablo, ave de una sola pluma, volador de sombra clara y de claridad confusa, las alas no se me ven.
Luego cogió un atlas de la mesita y dijo: Años atrás, cuando tuve que huir en los Andes, me llevé este libro en mi caballo. Tiene facilmente cien años. En él se describen todas las aves de Chile. Sin ellas me habría perdido.
Graciela dijo que sin ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, pero también y sobre todo ‘Canto general’, ella también se habría sentido perdida. Especialmente el verso sobre el loco presidente Melgarejo le rondaba por la cabeza por su candente actualidad: ‘¡Bolivia  muere entre sus paredes como una flor enrarecida!’
Los pájaros, las mariposas y las flores son mis principales fuentes de inspiración afirmó Neruda. Pero lo que más me inspira es el mar. Todos los chilenos son en realidad marineros. 
Los bolivianos no podemos opinar sobre eso, lamentablemente dijo Graciela con dureza. ¡Pero afortunadamente tenemos el lago Titicaca!
No quiero irme por las ramas insinuó Neruda. Pero ya no me siento muy bien. Por otro lado, estoy a punto de dejar mi puesto -que acepté sólo por sentido del deber. ¡Y no sólo porque extraño mi casa en Isla Negra y el mar!
El mar no se rió Graciela. El océano. El océano guerrero, ¡acuérdese!
Antes de irme, o mejor dicho, antes de que ustedes se vayan continuó Neruda en tono suave, me gustaría enseñarles mi colección de conchas marinas.
El poeta condujo a sus dos visitantes a una sala en la que, sobre y dentro de las vitrinas de vidrio, se exponían barcos de vela y mascarones de proa en miniatura. En especial, llamó la atención una colorida colección de caracolas de mar -de las cuales una gran parte ya estaba empacada en cajas para su regreso a Chile-. Graciela y Víctor Hugo se quedaron boquiabiertos al verlas. 
Neruda abrió una de las cajas y sacó una pequeña caracola, que estaba sujeta a un fino collar de cuero negro. Solemnemente lo colocó alrededor del cuello de Víctor Hugo, como si fuera la más alta condecoración para alguien de su edad. Te elevo a Caballero del Strombus se rió el poeta. Los alemanes la llaman Caracol de Combate porque cuando la ves piensas inmediatamente en un puño cerrado.
Víctor Hugo sujetó la alhaja con ambas manos, como si fuera un medallón de oro con el retrato de su madre Julia. 
Y a usted, señora, le doy este Strombus mucho más grande, que le pido que guarde para Víctor Hugo en esta caja de puros que me regaló el Che. Si lo acercan a su oído, siempre escucharán el sonido del mar. ¡Desgraciadamente, esa es la única salida que puedo ofrecerles!
Dijo Graciela, profundamente conmovida, con una voz inusualmente temblorosa: ¿Lo recibió del Che, dice? ¡Entonces tengo algo del Che para usted, Su Excelencia!
Graciela sacó de su bolso un sobre doblado.
¿Qué guarda en ese sobre? respondió Neruda, preguntándose al mismo tiempo si Graciela había obtenido algo del Che en estado vivo o muerto. ¿No había dicho al principio de su conversación que había estado presente en su autopsia?
Un mechón de pelo reconoció Graciela sonrojada. No sé si puede traerme buena o mala suerte. No soy supersticiosa. Pero si acepta este mechón de pelo a cambio de esas dos conchas marinas …
Neruda levantó la vista, felizmente sorprendido pero también con el ceño fruncido, mientras decía: El hermano del Che, así como Salvador Allende y Fidel Castro, en su momento, reclamaron el cadáver del Che en vano. ¡Pero si este mechón de pelo pertenecía realmente al Che, seguro que a mi mujer Matilde le encantará!

Noche de verano

Ya tenía un pasaporte falso, o mejor dicho: un pasaporte real con apellidos falsos. En Valparaíso, vio por primera vez en su vida el Océano Pacífico, al que Neruda también llamó el Guerrero. Evidentemente, no era la primera vez que veía el mar. Durante su infancia en París, él y los señores Zenteno ya habían descubierto el Mar del Norte en Le Touquet y el Mediterráneo en Mónaco. Tampoco era ajeno al Océano Atlántico, desde la península bretona hasta la costa vasca. Sin embargo, el Pacífico fue lo que más le conmovió.
Después de que Víctor Hugo se embarcara en un barco pesquero anónimo con una escafandra, el pescador le preguntó qué pensaba sacar del mar. 
No del mar respondió Víctor Hugo muy serio. Del océano. El Pacífico. Tengo que desenterrar una concha marina. 
¿Desenterrar, del mar? preguntó el pescador, acostumbrado a cumplir las órdenes del Partido sin hacer preguntas. 
La operación debe permanecer estrictamente secreta se disculpó Víctor Hugo.
Así, Víctor Hugo llegó al objetivo a las dos de la mañana de la víspera de San Nicolás, una calurosa noche de verano en Chile. Isla Negra no era una isla sino una roca sobre la que se construyó la casa de Neruda como un barco en el oleaje. Neruda había llamado al lugar la Isla Negra porque las rocas allí eran negras como el carbón y podía trabajar en ‘Canto General’ como si estuviera en una isla. A través de sus binoculares, Víctor Hugo vio la lápida de la viuda de Neruda, recientemente fallecida. Junto a ella se encontraban los restos, ya de doce años, del poeta. La caracola milagrosa se habría guardado en una caja bajo la piedra de basalto grabada con un pez, una rosa de los vientos y el nombre de Neruda en la propia lápida. A la izquierda estaba Matilde y a la derecha Pablo. También se mencionan los años que marcaron sus vidas: 1912 y 1985 para Matilde, 1904 y 1973 para Pablo. En el centro, una espiral dibujada de forma infantil sugería una concha marina. Debajo había olas de mar estilizadas. Víctor Hugo, con su traje de buzo, después de haber escondido las palmas, las viseras y la bombona de oxígeno, tuvo que acercar y elevarse a la plataforma en la que se encontraba la tumba. Se lastimó con las rocas dentadas en el oleaje, pero aguantó el dolor. Las olas se estrellaron contra las rocas. Armado sólo con una pala, una palanca y una linterna, Víctor Hugo se sentía como un asaltante de bancos que tiene que vaciar una caja fuerte en plena noche. La caja que buscaba tenía que estar bajo la gruesa piedra negra de basalto de la plataforma. La piedra era extremadamente pesada, pero con una palanca podía levantarse. 
De repente, Víctor Hugo oyó que se acercaba un centinela. A través del rugido del mar -perdón, del océano, del océano guerrero- era difícil discernir un sonido sospechoso. Tampoco se veía nada más que sombras negras. El centinela tosió y se retiró de nuevo. 
Después de limpiarse un montón de sudores ansiosos de la frente, Víctor Hugo pudo finalmente levantar la caja del suelo. 
Sin embargo, se sorprendió cuando no sólo vio la caracola favorita de Neruda, brillando a la luz de la luna, sino que también encontró el mechón de pelo del Che en un sobre doblado. ¡El mechón de pelo que Graciela le había regalado a Neruda aquella vez en París!
¿Cuántos años tenía entonces? ¡Apenas cuatro! 
La Thatcheria mirabilis que ahora tenía en sus manos era del tamaño de su puño. Las formas espirales de la caracola maravillosa eran perfectas. En la parte inferior se podía ver una pirámide redonda invertida en el más bello nácar que se podía encontrar en el planeta. Sin embargo, hacia arriba, la concha se asemejaba a una torre perfectamente construida con una pendiente en espiral que terminaba en una aguja. 
Como el pezón erizado de un pecho, pensó también Víctor Hugo, recordando de pronto a Katja, que había puesto la mano derecha de él sobre su pecho izquierdo para hacer aquel caro juramento. Y al mismo tiempo se preguntaba si todas las conchas marinas en los ojos de Neruda no representaban más bien, en lugar de puños cerrados, ¡las partes tiernas del cuerpo de una mujer!

 

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