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CAIDA

 

Crónica de un visionario
traducido del neerlandés
por Cindy Goossens

Árbol genealógico

Le ruego me disculpe, Su Excelencia, por molestarle con este asunto en vísperas de Navidad y retrasar su traslado a La Paz, Lima, Quito, Bogotá y Caracas. Sé lo importantes que son las relaciones con los países de la Comunidad Andina, sobre todo desde que el pasado mes de marzo crearon su propio Parlamento, similar a nuestro Parlamento Europeo. Personalmente estuve asignado en Quito durante un tiempo. Pero es una cuestión de vida o muerte. Sí, pensándolo bien, no es tanto una cuestión de culpabilidad o inocencia sino ¡de vida o muerte!
Precisamente aquí, en el fin del mundo, nuestro compatriota Louis Louis está siendo acusado de haber masacrado a cuatro generaciones de la estirpe Malaparte. Todas las víctimas, seis en total, aparecieron en los países vecinos de Argentina y la mitad de ellas, según afirma el propio Louis, son de su propia sangre. Primero, en 1978, hace dieciocho años, apareció Milena, la novia embarazada de Louis, de veintitrés años, en la orilla uruguaya del Río de la Plata. Hace apenas tres meses, en el lado brasileño de las cataratas del Iguazú, encontraron a Milagros, la hija de Milena, de 17 años y asimismo embarazada. Como los embriones mellizos de Milagros tampoco sobrevivieron, se elevó a tres el número de víctimas mortales de aquel ultraje. Esos, cabe remarcar, son los mismos tres que, según Louis, tenían su sangre corriendo por las venas. Finalmente, ahora hace dos meses y medio, aparecieron los cadáveres del patriarca Héctor y su cónyuge Helena, padres de Milena y abuelos de Milagros, en el lado chileno del Canal Beagle.
He marcado los distintos lugares con una cruz negra en un mapa de Argentina. Muy al norte, en la ciudad brasileña de Foz do Iguaçu, se recuperaron los restos de Milagros y sus mellizos nonatos. Más al sur, en el balneario uruguayo de Ciudad del Plata, un bebé prematuro al que más tarde llamarían Milagros fue recuperado del cuerpo sin vida de Milena. Finalmente, en la localidad portuaria chilena de Puerto Williams, al sur, los cadáveres de Héctor y Helena fueron expuestos entre un montón de centollos en la cubierta de un barco pesquero.
Todos estos muertos recuperados en aguas extraterritoriales fueron puestos a disposición de la justicia argentina. Tras la autopsia de rigor, se abrió una investigación oficial, que comenzó con el último incidente, el que acabó con la vida de los esposos Malaparte. Héctor y Helena Malaparte, que vivían en la calle Los Zorzales en Ushuaïa, habían recibido recientemente la visita de un desconocido. El extraño, de mediana edad, hablaba un español impecable, según la vecina, a la que había preguntado si los Malaparte vivían efectivamente en la casa contigua a la suya. Pronto esta pista condujo a nuestro compatriota Louis, que había reservado una habitación en el hotel de tres estrellas Las Lengas, llamado así por el nombre de un árbol caducifolio de la región.
Por cierto, también le he reservado una suite en este hotel, que tiene vistas a los glaciares de la Patagonia, que han menguado un poco por el verano, pero siguen siendo impresionantes...
Louis reconoció sin reparos haber arrojado los cadáveres de Héctor y Helena Malaparte al Canal Beagle, pero mantuvo que él no había causado su muerte. Sin embargo, no ocultaba que había deseado la muerte de la pareja. Pero entre sueño y hecho, como usted bien sabrá, median las leyes y las objeciones prácticas.
Así pues, Louis se declaró inocente pero, no obstante, fue detenido y acusado por el juez Benedetti de seis cargos de asesinato.
¿Seis asesinatos, cuando inicialmente sólo estaban implicados dos ancianos?  
Sí, Excelencia, porque no sólo se imputó a nuestro compatriota el doble asesinato de los esposos Malaparte, sino también todos los asesinatos relacionados con él.
Hay que reconocer que el equipo del juez Benedetti investigó a fondo. En efecto, a Louis se le imputó también el asesinato de su novia Milena, 18 años atrás, en el transbordador de Buenos Aires a Montevideo. Y además el asesinato, hace tres meses, en las cataratas del Iguazú, de la hija de Milena, Milagros, embarazada de mellizos, como ya he mencionado. Esas dos vidas aún nonatas también fueron atribuídas a Louis. ¿Acaso pensó que la justicia argentina simplemente haría la vista gorda ante semejantes crímenes?
Faltaban pruebas contundentes, pero todas las pistas conducían a Louis.
Una y otra vez, nuestro compatriota fue visto en las escenas del crimen: en el transbordador del Río de la Plata, en la garganta del Diablo en Iguazú y en la calle Los Zorzales en Ushuaïa.
En cada uno de esos casos, también fue Louis la última persona que vio con vida a las víctimas. Al menos según el juez Benedetti. Porque el propio Louis negó que fuera la última persona que vio con vida a Milena. Sin embargo, el hecho de que Louis regresara de forma precipitada a Bruselas hace 18 años era sin duda la mejor prueba de su implicación en la desaparición y muerte de Milena. ¿Acaso una persona inocente abandona el país inmediatamente después de la muerte de su prometida? ¿No será que tal persona, sobre todo cuando es inocente, acude inmediatamente a la comisaría más cercana?
¡No así Louis, quien huyó de Argentina, viajó de Uruguay a Brasil y de allí a Paraguay, para de ahí, en la capital Asunción, tomar un vuelo directo a Bruselas!
Durante casi dos décadas Louis no volvió a aparecer por Argentina. ¡Incluso después de que los ciudadanos recuperaran el poder! Eso ya queda bastante claro, ¿o no?
Ni que decir tiene, su Excelencia, que Louis no sólo tiene las apariencias, sino también a la opinión pública en su contra.  
El propio Louis admitió haberse dirigido a las cataratas del Iguazú, en el extremo norte, con Milagros, embarazada de cinco meses. Por cierto, él reivindicó la paternidad de Milagros, ya que Milena estaba embarazada de dos meses y medio cuando desapareció. Embarazada de él, ¡según dice el propio Louis!
Pero, ¿qué resultó? Apenas dos semanas después de la muerte de Milagros, Louis apareció de repente en el extremo sur, en Ushuaïa, donde vivían los supuestos padres de Milagros, Héctor y Helena. Ellos, a su vez, fueron asesinados y arrojados al Canal Beagle. Seguramente esto no puede ser una coincidencia; aquí claramente hay un propósito común.
Por alguna razón, Louis tenía en el punto de mira a la estirpe de los Malaparte. Sin embargo, había unido su destino al de los Malaparte a través de su compromiso con Milena. Cualquiera que fuera su motivo más profundo, un crimen así no podía quedar impune. ¿Adónde vamos a parar si los extranjeros en suelo argentino pueden simplemente disponer de las vidas y muertes de ciudadanos argentinos?
Por tanto, la justicia argentina intervino, tanto más cuanto que el plazo de prescripción de 20 años aún no había expirado. Si bien la ley de amnistía condonaba todos los crímenes cometidos por las fuerzas armadas y las fuerzas de orden público entre 1976 y 1983, no condona los asesinatos cometidos por motivos privados. Esto, por supuesto, fue mala suerte para Louis, quien, según las autoridades locales, pensó que podría salir impune de sus crímenes cometidos en suelo argentino a lo largo de 18 años.
El juez Benedetti, un cuarentón con anteojos y melena despeinada, tomó inmediatamente el toro por los cuernos y mandó ampliar las fotografías de las seis víctimas. Consiguió una foto reciente de los señores Malaparte y un retrato en color de Milagros. Pero en el caso de Milena tuvo que conformarse con una foto en blanco y negro que fue publicada en las páginas culturales del diario Clarín en 1977. Aquellos recortes se colgaron en la pared de su desordenado despacho en forma de árbol genealógico. Allí, montones de archivos acumulan polvo y una máquina de escribir eléctrica a bochita es el único indicio de modernidad...
Pero volviendo a ese árbol genealógico de las seis víctimas…
En la parte superior consta Héctor Malaparte, un vicealmirante retirado de setenta y siete años. Con su rostro anguloso, sus patillas, su nariz de águila, sus ojos de un azul intenso y sus pobladas cejas bajo un frondoso peinado negro, sigue inspirando respeto.
En diagonal, debajo de él, su esposa Helena, de 70 años, te mira con sus ojitos avellanados. Tiene un rostro ovalado, una barbilla mullida, labios carnosos, nariz respingona, pestañas largas, cejas finas y cabello gris. Más bien da una impresión sumisa.
Debajo de la pareja, su única hija, Milena, de veintidós años cuando desapareció, mira con confianza al objetivo de la cámara en una fotografía en blanco y negro. Destacan su frondosa cabellera, sus cejas igualmente pobladas, sus ojos brillantes, su nariz respingona, su boca ancha y, a pesar de la forma ovalada de su rostro, una barbilla algo cuadrada.
Por último, Milagros, una chica de 17 años, de cabello corto color castaño. Su barbilla, boca, nariz y mirada irradian ternura, y su sonrisa podría derretir los glaciares de la Patagonia. Sin embargo, lo que más resalta en ella son sus finas cejas pero, sobre todo, sus brillantes ojos azules. Obviamente los heredó de su madre Milena, pero también los comparte con su abuelo Héctor.
Verá, su Excelencia, que más adelante este detalle no carecerá de importancia. La investigación genética sigue siendo en gran medida experimental, por lo que las autoridades locales se basan en características externas.
Por desgracia, el juez Benedetti consideró que también debían añadirse a ese improvisado árbol genealógico las fotos de los dos bebés prematuros de cinco meses. Un niño y una niña. ¡Pobres crías!
Junto al árbol genealógico de la familia Malaparte hay dos fotografías de Louis Louis. Una de frente y otra de perfil. Abajo, con letras blancas sobre fondo negro, figura su críptico número de arresto. A pesar de su edad, poco menos de 50 años, en ambas fotos sigue teniendo un aspecto muy juvenil.
Con el pelo rubio ceniza ondulado y raya diplomática, en la foto de frente mira inquisitivamente al fotógrafo de la policía. Louis aparece con los ojos achinados, las mejillas hundidas y la boca pequeña, posiblemente por la desesperación en que se encontraba cuando se tomaron esas fotos. En la foto de perfil destacan su nariz afilada y su barbilla puntiaguda.
Tras el arresto y la detención de Louis, la justicia argentina me avisó en el consulado de Buenos Aires de que un compatriota estaba siendo acusado de asesinato en masa en Ushuaïa. ¿Asesinato en masa? ¿Era realmente ese el término exacto para designar el crimen del que se le sospechaba a Louis? ¿Por qué no acusarle también de genocidio?
Ni que decir tiene, su Excelencia, que tardé varios días en reconstruir el rompecabezas. Después de todo, la realidad sobre papel resulta ser totalmente incoherente con la realidad biológica. De hecho, sobre el papel, el vicealmirante retirado Malaparte y su esposa Helena eran los padres adoptivos de Milagros y los futuros abuelos de los mellizos prematuramente fallecidos. Pero en realidad, eran los abuelos de Milagros y los futuros bisabuelos de los dos chuchos que murieron en el vientre de Milagros. De la madre de Milagros, Milena, ni una sola palabra. El término marxismo cultural aún no se utilizaba en aquella época, pero como miembro de un colectivo cultural crítico con el régimen, Milena de todas maneras fue tachada de subversiva.  
Como ha revelado desde entonces la investigación genética rudimentaria, Louis no es el padre de Milagros después de todo. Por tanto, Milena no estaba embarazada de su prometido cuando desapareció, ¡sino de su propio padre! Héctor Malaparte resulta ser no sólo el abuelo de Milagros, sino también su padre y el de sus mellizos.
Sí escuchó bien, Excelencia: el Vicealmirante retirado es simultáneamente el padre de Milena y de Milagros, así como el de los bebés prematuramente fallecidos de Milagros. Si ellos hubiesen venido al mundo con vida, ¡los bisnietos de Héctor habrían sido sus propios hijos!
De este modo, al menos tres generaciones tuvieron que sufrir la tiranía de una sola generación desquiciada de militares. ¡Ni siquiera los antiguos griegos, donde el incesto no era, ni mucho menos, una rareza, imaginaban posibles tragedias semejantes!

Ícono

Usted me preguntó de pasada, su Excelencia, qué podía contarle sobre Evita, la segunda esposa de Perón. Hace poco, he visto dos películas que escenifican su vida. La primera, Evita, es una producción de Hollywood basada en el musical de Broadway de 1976, cuando una junta militar dio el golpe que originó esta historia. Madonna interpreta allí a Evita, Antonio Banderas al Che y Jonathan Pryce a Perón. Los tres se convirtieron en iconos de Argentina, aunque absolutamente opuestos. Al fin y al cabo, Evita fue a visitar a Francisco Franco y a Pío XII en nombre de Perón mientras que el Che ¡fue la mano derecha de los hermanos Castro durante años!
Madonna realmente se luce cuando canta los siguientes versos, que han quedado grabados en la memoria colectiva mundial:

Don't cry for me, Argentina
The truth is I never left you
All through my wild days
My mad existence
I kept my promise
Don't keep your distance


La otra película, La verdadera historia, que quizá haya visto en compañía de su homólogo Guido di Tella, es una película meramente propagandística. Esa película, donde Esther Goris interpreta a Evita y Víctor Laplace a Perón, busca realzar a Evita como ícono del peronismo. Las autoridades querían evitar una mala representación de la joven Evita fallecida. Para ellos, sigue siendo la Madre de Argentina, no la Puta de Babilonia que baila el tango con el Che y le pide a su pueblo que no llore por ella. La película retrata a Evita principalmente como una pasionaria de Perón que cae fulminada por el cáncer a los treinta y tres años.
Una muerte trágica antes de los 40 años, como también le ocurrió al Che, es una receta infalible para el martirio, estará de acuerdo, ¿verdad, su Excelencia?
Una escena muy destacada en ambas películas es el funeral del padre de Evita, Juan Duarte. Su amante, con sus cinco hijos, incluida la pequeña Eva, se ve tajantemente denegada durante el funeral. Bastarda y puta son los apodos que se dieron a Evita durante su infancia y juventud y son los hilos conductores a lo largo de su vida.
Lo que me llamó especialmente la atención es que esa escena se representa de forma casi idéntica en ambas películas. La jovencísima Evita quiere ir con su madre Juana a despedir el cadáver de su padre Juan. Lo más normal del mundo, cabría pensar. De no ser porque su padre, un anciano patriarca de origen franco-vasco, había llevado una doble vida. La afligida familia oficial reaccionó indignada. ¿Cómo se le ocurre a la madre adúltera de Evita presentarse para ofrecer al viejo patriarca un último saludo en su funeral?
Ambas películas pretenden demostrar que Evita era una niña espuria de una familia sumida en la pobreza. Sin embargo, ¿no podría esto indicar que el amor incondicional de Evita por su patria surgió de su amor imposible por su padre? ¿De un impulso irresistible de legitimar ese amor? Gracias a su compromiso con los pobres, los llamados descamisados, adquirió Perón, quien sin embargo era admirador de Hitler y Mussolini, una imagen social.
Mientras que en el musical Evita se dedica a cantar, en la otra película Evita aboga apasionadamente en defensa de Perón, que sin embargo no quiere darle un papel político. ¿Son una pareja sentimental o se trata de un matrimonio de conveniencia? Al fin y al cabo, Perón guarda ese toque de estirado que caracteriza a un coronel del ejército argentino... No hay duda de que Perón estaba fascinado por Evita, pero sigue siendo una gran incógnita si también la amaba. Donde prevalece la política, todo es posible, ¡no necesito decírselo, su Excelencia!
Por cierto, el golpe de hace 20 años, que como ya se ha dicho está al origen de toda esta historia, fue perpetrado contra Isabelita. Ella no consiguió hacer olvidar a Evita. Además, ¡difícilmente se podía esperar que una antigua bailarina de club nocturno llevara a aguas más tranquilas a un país políticamente turbulento como Argentina!

La final

Aquel veinticinco de junio de 1978, día en que Argentina y la Naranja Mecánica se enfrentaron en el estadio de River Plate, era un día gris invernal. No por casualidad Borges había accedido a esa cita dominical: él quería demostrar de alguna manera que la locura futbolera lo dejaba frío. La entrevista se desarrolló en francés, en el séptimo piso del departamento de Borges en la calle Maipú, a unos cientos de metros de la Plaza de Mayo. Allí, cada jueves desde hace un año, las Madres Locas se manifestaban con retratos de sus hijos desaparecidos frente a la Casa Rosada, el palacio presidencial de fachada rosa.
—¿Qué opina del Mundial que está por llegar a su fin? —preguntó Louis.
—El fútbol —respondió Borges perturbado—, saca lo peor de la gente, ¡igual que el boxeo!
Ni modo que Louis estuviera de acuerdo. Siendo aficionado del Anderlecht, al principio quería ver jugar a Rob Rensenbrink y Arie Haan, dos jugadores del Anderlecht, con la selección naranja. Pero como Borges lo había citado para su entrevista justo ese día, tuvo que perderse esa final.
—Usted pretende que los aficionados al fútbol no van a un partido para disfrutar del juego, sino para ver ganar a su equipo. ¿En qué se diferencia eso del juego del ajedrez, donde también hay ganadores y perdedores?
—En el ajedrez hay que usar el cerebro, ¡no así en un estadio de fútbol!
— De coles a nabos: desde hace dos años, algunos de sus compatriotas están diendo apresados y secuestrados hacia destinos desconocidos. Entre ellos hay escolares, pero también escritores, artistas e intelectuales. Después desaparecen como los opositores a Hitler en el Tercer Reich. Ese método, que se llama Nacht und Nebel, o Noche y Niebla en español, parece que también lo están usando ahora en Argentina. Dado que desaparecen, estas personas ya no pueden hacer valer su derecho al habeas corpus. ¿Qué opina al respecto?
Borges miró a Louis con esa extraña sonrisa suya y le dijo: —¡Yo creía que iba a preguntarme sobre literatura! De todas formas, ¡de la política no sé nada! ¡Sólo sé que aborrezco el peronismo, el nacionalismo y el comunismo!
—Y en su juventud, ¿no fue usted comunista?
—Sí —asintió Borges—. Pero el comunismo de entonces significaba hermandad universal y paz mundial, mientras que hoy se nutre de resentimiento y conflicto en todo el mundo. Y al darme cuenta de ello, me he convertido en un firme opositor. Pero prefiero que me cuestione sobre asuntos de los que, modestamente, estoy al tanto…
—De acuerdo —dijo Louis con tono transigente—, hablemos entonces de su ceguera, si le parece.
—Si le parece bien —replicó Borges—, no hablaré de mi propia ceguera, sino de autores ciegos como yo.
Antes que nada, por supuesto, estaba Homero, el poeta ciego de la Ilíada y la Odisea. Según Borges, que hasta dudaba de que Homero hubiera existido jamás, posiblemente se hacía hincapié en su ceguera para indicarnos que su obra estaba destinada a agradar al oído más que a la vista. Pero también estaba Tiresias (aunque Borges no lo menciona específicamente), el vidente ciego que aparece no sólo en la Odisea, sino también en Edipo Rey y en Antígona. Tiresias veía y predecía cosas ante las cuales la plebe estaba ciega. ¿Pero no veía también Borges cosas ante las que la mayoría se quedaba ciega? Por cierto, ¿no fue esa la razón por la que se le dio tanto crédito en todo el mundo?
Borges, ya más en su salsa que cuando se trataba de la situación política, le confió a Louis cómo llegaba a escribir: veía algo vago en la distancia, una especie de isla, por así decirlo, y se acercaba cada vez más con el ojo de la mente. Lo que entonces veía, lo plasmaba por escrito. Donde otros sólo veían caos, él veía un laberinto. Esto le dio la fama de visionario. Pero él, el escritor ciego, dictaba (pues ya no podía escribir por sí mismo) sólo lo que veía, ¡nada más...!
Louis presumía de esa fórmula: “La realidad descrita por Borges no es caótica, sino laberíntica. Si bien uno puede sentirse perdido en ella, ¡con la misma facilidad puede dejarse llevar por lo que descubre en su camino!”
En este contexto, Borges señaló que había pasado toda su vida en una biblioteca, por así decirlo. Allí, los libros formaban el verdadero laberinto. Al mismo tiempo, uno nunca podía sentirse perdido allí. Después de todo, ¡siempre había una salida!
Tras sus preguntas sobre la situación política, que Borges había sabido evitar, Louis se quedó en el aire. Milena, en particular, había insistido en que su amante hiciera esa molesta pregunta que podía provocar que Borges diese por terminada la entrevista.
—Sin embargo, usted no se queda encerrado en su biblioteca para siempre, —argumentó Louis—. Usted viaja mucho. Y en ese contexto, quería hacerle una pregunta que hace tiempo que me ronda por la cabeza.
—Adelante, Louis. Puedo llamarte Louis, ¿no? Qué extraño que lleve usted uno de mis nombres de pila, que se añadió un año después de mi nacimiento, y que lo lleva dos veces. ¿O se trata de un seudónimo? En cualquier caso, al principio de esta entrevista le prometí responder a todas sus preguntas con la mayor sinceridad posible. Y soy un hombre de palabra.
Louis se aclaró la garganta y preguntó: —Hace dos años, ¿por qué usted, Borges, un escritor universalmente honrado, no sólo estrechó la mano de Videla y Pinochet sino que los llamó hombres excepcionales? ¿No atestiguaba eso una ceguera manifiesta, no física sino moral? En definitiva, Videla llevaba ya dos meses matando y Pinochet tres años cuando usted les estrechó cordialmente la mano. Muchos compañeros escritores ya habían sido detenidos. ¿Cómo es que usted, una persona ciega que ve cosas ante las cuales la mayoría está ciega, no pudo ver lo que sin embargo era obvio, esto es, que Videla y Pinochet eran asesinos en masa...? ¡Que, además, desconocían por completo su obra! ¡Y sólo estaban interesados en difundir una imagen civilizada, gracias a su presencia!
Borges farfulló: —Cuando los conocí, se comportaban como caballeros. Además, aunque ambos son indudablemente dictadores, algunos los ven sobre todo como patriotas. Así que ¿quién soy yo para aleccionarlos?
—Cuando usted se presentó ante Videla, no sólo estaba presente Ernesto Sábato, sino también el presidente del sindicato de escritores argentinos, Horacio Esteban Ratti. Ratti presentó a Videla una lista de 10 autores detenidos. ¿Cómo pudo pasarlo por alto?
—Los escritores somos seres solitarios. De todos modos, un sindicato de escritores es una incongruencia. Pero por mucho que deteste esas cuestiones, no voy a rehuirlas. Videla encabezó un golpe militar contra la viuda de Perón. Pero Perón fue también quien hace un cuarto de siglo encarceló a mi madre, a mi hermana y a mi primo... Por mucho que reniegue de la violencia, no voy a llorar la suerte de los peronistas. Además, el actual régimen militar es el único posible para mí. Mis antepasados tomaron las armas por la independencia. Contrariamente a lo que podría pensarse de alguien que está constantemente ocupado con los libros, ¡siento el mayor respeto por los héroes militares!
—¿Y en cuanto a Pinochet?
—En cuanto a Pinochet, la situación es diferente. En Chile, iba a recibir el título de doctor honoris causa en Santiago. En aquella ocasión, como ciudadano argentino, saludé al presidente en ejercicio. ¡Negarme a un apretón de manos habría supuesto una bofetada para los chilenos!
—Argentina, —añadió Borges—, de ninguna manera estaba lista para la democracia. En unos cien años, tal vez, pero al menos no ahora. La democracia era un abuso de las estadísticas para el pueblo. Nadie creía que una mayoría pudiera tener opiniones correctas sobre literatura o matemáticas, ¿pero sí sobre política?
—En cuanto a las matemáticas, —se rio Borges—, tampoco me pronuncio. Básicamente, como mi padre, soy un anarquista. Alguien que piensa que el gobierno debe interferir lo menos posible en nuestras vidas.
Por último y en definitiva, Borges no quería ver lo que todos los demás veían; desde niño había sido un ser ajeno al mundo, para quien el planeta entero, incluso el universo, era una gigantesca biblioteca.
Don Quijote fue también el arquetipo de alguien que, habiendo abandonado su biblioteca, fue ridiculizado en el mundo. Aunque Borges consideraba las aventuras de Don Quijote la cumbre de la literatura española, no sentía ninguna necesidad de seguir los pasos del héroe de Cervantes. Una escena del primer volumen de las aventuras del caballero trotamundos era ilustrativa. Don Quijote quiere liberar a un grupo de prisioneros encadenados que sin duda se han ganado su castigo. Sin embargo, en cuanto son liberados, los prisioneros en cuestión los ahuyentan a él y a su criado Sancho Panza a pedradas. El mensaje de los maleantes hacia el inseparable dúo era claro: “¿Para qué meten sus narices en lo que no les importa?”.
¿Pensaba entonces Borges que los actualmente encarcelados por los regímenes de Videla y Pinochet merecían su castigo?
Louis no quería en absoluto polemizar con Borges, un hombre de buen talante. Así que especificó por qué había hecho esa simple pregunta; el mundo entero se la estaba haciendo. Y quizás ahora se estaba perdiendo definitivamente el Premio Nobel, para el que había sido nominado cada año desde hacía décadas.
El titular de esa entrevista que Louis había tenido en mente rezaba primero: Ciego y aún así visionario. Después, sin embargo, Louis cambió el titular por: Visionario y aún así ciego.
No se trataba de un simple intercambio inocente de un editor jefe.
El significado de los dos titulares era completamente diferente.
El primero significaba: “¡Aunque Borges se haya quedado ciego, escribió textos visionarios!”
Y el segundo significaba: “Aunque Borges haya escrito textos visionarios, se muestra ciego ante la tragedia que se desarrolla ante sus narices. ¡Para colmo, también estrecha la mano a los culpables de esa tragedia!”

 
Prototipo

Louis no se rindió todavía. Era el tipo de persona que creía que siempre se podía convencer a la gente razonable con argumentos razonables.
Sin embargo, según él, la única forma de averiguar la verdad era a través del Aleph.
—¿El Aleph de Borges? —pregunté, estupefacto.
—Borges lo describió, respondió Louis. Pero como tal no está útil. Verlo todo en presente, pasado y futuro, y además simultáneamente, es como mirar al sol. Puede cegarte para siempre. Es como un anillo de plutonio. Hay que construir un reactor a su alrededor para captar la masa de energía que rodea a ese único anillo. Ha habido muchos intentos para conseguir que el Aleph sea práctico. Pero compárelo con el éter. Por el éter zumban innumerables voces que sólo se pueden captar con un radio. Pero supongamos que uno oyera todas esas voces al mismo tiempo, no oirías nada o te volverías loco por la bulla. A menos que sintonizases una frecuencia concreta durante un breve intervalo de tiempo. También tendrías que elegir qué sentidos involucrar en tu percepción. En la descripción que Borges hace del Aleph, en su mayoría ve cosas, incluyendo, por ejemplo, todos los espejos del mundo, ninguno de los cuales le refleja a él. Se trata de una imagen visual. Si quieres combinar la visión y la audición, obtienes un Aleph audiovisual. Eso equivale a combinar un receptor del mundo con una pantalla de televisión. Pero aún no hemos llegado tan lejos. Por ahora, el Aleph sólo emite imágenes. Sin embargo, queda por delante un Aleph audiovisual. Al fin y al cabo, las ondas luminosas para el ojo y las ondas sonoras para el oído son las únicas ondas que pueden reproducirse de alguna manera. ¿Y no tiene que ser repetible todo experimento científico? ¡Y es simplemente un hecho que la sincronización de ambas aún está por conseguir!
Le pregunté a Louis si no podía ser un poco más específico. A mí, en aquel momento, todo me parecía bastante teórico. Incluso un poco teológico. Porque tenía algo de intento retorcido de ver a Dios. En mi opinión, el Aleph de Borges era ante todo un experimento literario. Debía responder a la pregunta: ¿qué le ocurre a un escritor cuando de repente se ve abrumado por todo lo que ha sucedido, está sucediendo o sucederá? Después de todo, un escritor, imaginé, es como una palma de mano llena de arena de la que sólo se encontrará un único grano digno de ser descrito. Es una metáfora destartalada, lo admito, su Excelencia, pero al fin y al cabo no soy escritor.
En este punto, Louis reveló un secreto bien guardado. Hubiera querido que siguiera siendo un secreto, pero las circunstancias le obligaron a revelarlo. Después de todo, su propia vida estaba en juego. Evidentemente, no sería arrojado desde un helicóptero al Río de la Plata o al Canal de Beagle, como su prometida Milena en aquel entonces. Pero el juez Benedetti había sugerido tras la prueba del polígrafo que, si él mantenía su inocencia, podría ser internado. Y eso significaba que, en el fin del mundo, ¡se pudriría por el resto de su vida en esa maldita prisión especialmente reabierta para él!
Le pregunté cuál podría ser ese secreto. Louis respiró hondo y finalmente lo reveló. Gracias a Marcos Orbe, corresponsal de L'aleph en Buenos Aires que había desaparecido sin dejar rastro en aquella época, pero había sobrevivido, había localizado un prototipo del Aleph.
—¿Un prototipo del Aleph? —pregunté, tan estupefacto como antes—. ¿Qué debo imaginarme por eso?
—Ya le he hablado hace un momento de los intentos para hacer que el Aleph sea utilizable. Pero cuando Albert Einstein descubrió la teoría de la relatividad, tanto el big bang como la bomba atómica eran una extensión de ésta. Con esto quiero decir que el Aleph es a la vez un experimento teórico, o llámelo literario, pero también tiene aplicaciones prácticas.
Volví a preguntarle a Louis si podía ser más específico, porque no entendía nada de lo que quería decir.
—Einstein se enfrentaba a una difícil elección. No era: ¿quién será el primero en descubrir el big bang? Resultó ser nuestro compatriota Georges Lemaire. Pero la pregunta era más bien: ¿quién será el primero en lograr desplegar la bomba atómica? ¿El Tercer Reich o el Occidente Libre? Por cierto, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki se desplegaron antes de que se formulara la teoría del big bang.
Y así fue como Louis me habló de una especie de Profesor Tornasol (era amante de Tintín, al fin y al cabo) que había desarrollado un prototipo del Aleph. Ese tipo en particular vivía en Caminito en el barrio de La Boca de Buenos Aires.
—¿En Caminito? —dije yo—. Sí conozco. Es esa calle larga, o corta, según se mire porque tiene poco más de cien metros. Esa calle colorida y sinuosa, por la que una vez pasó una línea de ferrocarril. Pero allí no hay puertas. Entonces, ¿cómo llego al tipo del que me está hablando?
—Mediante una escalera de incendios —rio Louis—. Eso no afectará a su dignidad consular, ¿verdad?
—“Nada nos detiene, todo nos impulsa” cité un eslogan publicitario. Nada que pudiera ayudar a la defensa de Louis me detendría.
Y así, de regreso a Buenos Aires, busqué en el barrio de La Boca, que por cierto se había declarado República, al tipo que se hacía llamar Napoleón. ¡Napoleón era también alguien que quería encerrar el mundo entero en su cabeza!
Efectivamente, a través de una escalera de incendios, llegué al balcón del primer piso de una casa con la fachada pintada de azul, negro, amarillo y rojo. Napoleón, sin embargo, vivía en la espaciosa habitación del sótano. Había todo tipo de televisores y aparatos de radio antiguos, que habían sido desarmados. Sin la menor duda, ¡este Napoleón era un experto en tecnología!
Napoleón, con su melena despeinada, se parecía muchísimo al juez Benedetti. Sólo que no llevaba un traje de tres piezas, sino que me recibió con un guardapolvo manchado de aceite. Cuando le dije que venía de parte de Louis Louis, Napoleón, quien me pidió que lo llamara Napo, me abrazó amablemente y me preguntó qué podía hacer por Louis. Después de todo, Louis había sido el único que no lo había tratado como un loco. Poco después de su llegada a Buenos Aires en busca de su supuesta hija, Louis le había hecho una visita a Napo. Ya entonces le había pedido a Napo que averiguara a través del Aleph qué le había ocurrido a Milena, pero como no podía dar una fecha y hora exactas, todos sus intentos fracasaron. Al fin y al cabo, ¡no era más que un prototipo!
Primero yo tenía que relatarle detalladamente a Napo los seis cargos de asesinato de los que se acusaba a Louis.
Alentado por la atención de la prensa mundial (después de todo, Louis era redactor jefe de una revista mensual parisina) Napo había avanzado con el desarrollo de su prototipo del Aleph. En lugar del clásico receptor mundial y la pantalla de televisión en blanco y negro, ahora utilizaba un Macintosh Color Classic reconstruido. Desatornilló el Mac frente a mí y me mostró el Aleph original y deslumbrante en el centro del equipo.
—Este es el corazón del Aleph —aclaró Napo—. Sin el Aleph original, no puedo hacer nada. Por ahora, sin embargo, es sólo un Aleph visual. Más adelante, quiero añadir el sentido del tacto, el olfato, el gusto y el oído. Y también quiero que mi prototipo sea más pequeño, para que quepa en la palma de la mano. Compárelo con los primeros teléfonos móviles. Aquellos también eran voluminosos como armatostes. Los celulares actuales, sin embargo, entran en la palma de la mano.
—¿Por qué bautizó su prototipo con el nombre de Caja de Pandora? —le pregunté, señalando una etiqueta pegada sobre la pantalla.
—Porque he restringido al Aleph. Al igual que no se puede mirar a pleno sol sin protección, así tampoco se puede mirar al futuro sin más. ¡Pues entonces uno vería su propia muerte!
Napo encendió un fogón de gas para preparar el mate y continuó:
—He incorporado una restricción que nos permite ver todas las catástrofes pasadas y presentes, pero no las futuras. De este modo, no se quita la esperanza. Los amantes querrán ver su pasado y su presente, pero no su separación. Los revolucionarios querrán volver a ver su pasado clandestino, pero no su juicio y ejecución futuros. Llámalo una limitación no científica. Además, tienes que teclear la fecha y la hora exactas, así como el lugar exacto que quieres ver. Si ingresas una fecha y una hora que aún no han tenido lugar, rechaza el servicio. Es así de sencillo.
Napo sorbió de su mate recién preparado, me ofreció beber de la misma jarra, y dijo:
—Puesto que Louis, como ya lo comenté, era la primera persona que no me declaraba loco, y, como usted dice, él corre el riesgo de que le declaren loco, quiero ayudarle. Puedo ir a Ushuaia y demostrar este prototipo ante el juez Benedetti. Es la única manera de que su versión de los hechos prevalezca. Nunca he creído en el detector de mentiras, que parte de la hipótesis de que cuando uno dice la verdad permanece tranquilo y cuando uno dice una mentira se pone inquieto. Sin embargo, lo opuesto es cierto: la verdad es terrible, la verdad es de terror. Y si alguien pueda permanecer impasible ante la simple evocación de la verdad, ¡pues me quito el sombrero!
No hacía falta que me lo diga dos veces. Así que contraté un avión privado para llevar a Napo y al Aleph a Ushuaia.
Cuando se veía al juez Benedetti y a Napo codo con codo, casi parecían gemelos. ¡Sólo su vestimenta delataba que pertenecían a una clase diferente!
La instalación del Aleph fue menos complicada que la prueba con el polígrafo.
Para ilustrar su Aleph, Napo tecleó ante el juez Benedetti el asesinato de Julio César en los idus de marzo. Después de todo, quedaban determinados con exactitud la fecha: el 15 de marzo del año cuarenta y cuatro a.C., y el lugar: el Senado de Roma.
No fue así respecto al nacimiento de Cristo, el veinticinco de diciembre del año uno. Ni a su crucifixión treinta y tres años después. Pues la expresión antes y después de Cristo inducía a confusión. Pues de haber nacido Cristo, su nacimiento no habría tenido lugar en el año uno, sino en el año cuatro... y ¡antes de Cristo!
A solicitud mía, Napo también tecleó el final de la batalla de Waterloo, sólo con fines ilustrativos, ya que la fecha y hora exactas y el lugar exacto de la misma también eran conocidos.
Finalmente, a petición de Louis, Napo marcó el veinticinco de junio de 1978, cuando en el estadio de River Plate, Rensenbrink pegó el balón en el travesaño. Louis sabía con exactitud a cuántos minutos del final del tiempo reglamentario de la final se había producido aquel disparo errado. El juez Benedetti estaba convencido, pero pidió que Napo, para confirmarlo, le mostrara los dos golazos en la prolongación que dieron a Argentina su título mundial.
Louis compartió entonces el lugar, la fecha y la hora exactos del secuestro de Milena: la calle Viamonte número tantos del veinticinco de junio a las cinco y media de la tarde. Sin embargo, se consideró afortunado de que las imágenes no incluyeran sonido. Incluso tantos años después, sintió que no sería capaz de soportar los gritos de Milena, que ni siquiera eran aún gritos de tortura. Después de todo, a estas alturas ya se sabía lo crueles que habían sido las sesiones de tortura. Los sospechosos eran encadenados desnudos en una cama de hierro y torturados con cables eléctricos. No sólo eran pateados y golpeados, sino también mutilados y finalmente ejecutados. Aquel mundo plagado de miedo y dolor era un submundo en sí mismo, como el Hades de los antiguos griegos. Tanto los verdugos, que actuaban siguiendo órdenes, como las víctimas, que sufrían dolores indescriptibles sin muchas veces saber por qué, quedaban reducidos allí a sombras innominadas. Como tales, a propósito, ¡los verdugos permanecían al margen de todo peligro y las víctimas podían ser enterradas en lugares desconocidos!  
Louis se percató de que a los herejes también se les ponía en el potro y se les ahorcaba. Algunos incluso se convirtieron en mártires. Pero aquellos eran otros tiempos. ¿Y qué tenía de herejía una tesis sobre el cubismo o la lucha de los reformadores sociales y los vanguardistas culturales?
Ahora bien, por desgracia, no se trataba de someter a escrutinio todo el periodo comprendido entre 1976 y 1983, un tsunami orquestado de violencia sin sentido. En este caso, había que confirmar la versión de los hechos de Louis. De hecho, el propio Louis rehuyó ver todo ese periodo representado ante sus ojos. Si bien Louis había publicado numerosos testimonios en L'Aleph, sobre todo de exiliados que habían sobrevivido a la dictadura, pero siempre le recordaban a Milena.
El juez Benedetti pidió a Napo que tecleara las coordenadas dictadas por Louis. Y así, todos los presentes, con los ojos fijos en la pantalla del Mac, vieron cómo tres hombres sin máscara entraban en el departamento que Louis y Milena llamaban su hogar. Dominaron a Milena que se defendió ferozmente, utilizando las manos para protegerse principalmente la barriga, y le vendaron los ojos. El Underwood en el que tanto Louis como Milena tecleaban sus textos fue arrojado violentamente al suelo. Se hicieron añicos los muebles. Las hojas de la tesis de Milena sobre el cubismo quedaron esparcidas por el suelo.
El juez Benedetti le dijo a Napo que ya había visto suficiente.  
Por extensión, podía demostrarse que Louis había embarcado solo en el transbordador hacia Montevideo aquel fatídico día en que mantuvo su entrevista con Borges. Después de todo, también se conocía la hora exacta: las siete de la tarde, y el lugar exacto: Puerto Madero.
Esto en cuanto a los acontecimientos que habían tenido lugar 18 años atrás.
Napo también pudo demostrar lo que ocurrió a las siete y media de la mañana del día de septiembre en que Milagros murió en la Garganta del Diablo. En el momento en que Louis tomó una fotografía de una pareja francesa, Milagros saltó la valla de hierro y se precipitó a las profundidades.
Por último, Napo puso el Aleph en cámara lenta y esta vez mostró cómo Helena arrastraba a su marido Héctor escalera abajo de su casa en la calle los Zarzales. En efecto, ¡también de esto Louis pudo comunicar la fecha y la hora exactas!
El Aleph o, mejor dicho: el prototipo desarrollado por Napo le dio la razón a Louis en todos los frentes. Hasta mis propias dudas desaparecieron como la nieve al sol.
Confiaba en que Louis sería puesto en libertad. Después de todo, el juez Benedetti era un magistrado íntegro. Investigaba tanto los cargos como los descargos. Después de cada demostración que corroboraba la versión de los hechos de Louis, había asentido con cierta indulgencia al principio, pero inmediatamente después sacudía cabeza, desgraciadamente.
—Este diabólico artilugio puede haber sido manipulado por usted —dijo dirigiéndose a Napo. Y a Louis y a mí: —Lamentablemente, ¡no puedo aceptar su versión de los hechos! Si el polígrafo, que sin embargo demuestra sin lugar a duda que Louis miente, no se acepta como prueba en un tribunal, ¿cómo puede de pronto el Aleph demostrar la verdad?
Enseguida contraataqué:
—Pero señor juez, si la justicia argentina desplegara un Aleph, se podría localizar a las decenas de miles de desaparecidos del período comprendido entre 1976 y 1983. También se pondría fin a la controversia sobre cuántas personas desaparecieron durante el mismo período. El organismo gubernamental competente lo cifra en nueve mil, mientras que las organizaciones de derechos humanos lo elevan a treinta mil. Mejor aún: ¡el Aleph permitiría determinar si los llamados terroristas murieron en enfrentamientos armados o como resultado de ejecuciones sumarias!
El juez Benedetti se desvaneció de repente. Y no me di cuenta entonces de que justo ese uso potencial del Aleph dejaría a todo el sistema judicial argentino con un tremendo problemón.
Así que continué sin darme cuenta de que era mejor que mantuviera la boca cerrada:
—El polígrafo es cien por cien subjetivo, mientras que el Aleph es cien por cien objetivo. Imagínese, su Señoría, lo que el Aleph podría enseñar al mundo entero. Después de todo, en la Biblia, Cristo declara: ¡La verdad os hará libres! Por primera vez en la historia, la verdad iluminaría a la humanidad no a través de profetas cuestionables, sino a través de un dispositivo fiable llamado Caja de Pandora. Y todo esto además gracias a un argentino, Jorge Louis Borges, un icono de su país. Gracias a este prototipo, ¡el triunfo de la verdad sería sólo cuestión de lugar, fecha y hora exactos! Por supuesto, Borges no desarrolló el prototipo del Aleph, pero está en su origen. Después de todo, Guillermo Marconi tampoco desarrolló el aparato de radiodifusión, ¡pero está en la raíz de la radio!  
El juez Benedetti se frotó la barbilla, en señal de que dudaba, pero finalmente sacudió la cabeza:
—No, caballeros. Lo lamento. Esto es pura ficción. Están intentando marearme con la autoría argentina de un invento que puede cambiar la faz del mundo. Pero no somos marionetas de los profetas del progreso. Nos ceñimos a nuestros viejos y probados métodos de decir la verdad.
 

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