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Sálvese quien pueda

 

 CRÓNICA MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL

traducido del neerlandés
por Cindy Goossens

1984. Dos belgas, el uno – Xavier – hijo de cafetero, el otro – Pablo – hijo de lechero, se juntan al Frente Farabundo Marti de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. Se enamoran de Angela, la hija adoptiva de la viuda salvadoreña de Antoine de Saint-Exupéry, y regresan peleados a Bélgica donde trabajan en una ONG de desarrollo duradero. En el año 2001 están enfrentados en Bruselas al hijo de Angela, que ha sido asesinada con su compañero Pedro, y que podría ser el hijo de uno de los dos. Miguel Ángel tiene quince años y es miembro de la Mara Salvatrucha 13. Xavier y Pablo, que desde su enamoramiento se habían hecho enemigos, se reconcilian para reeducar el joven pandillero.  

Sálvese quien pueda es el último de los seis relatos de Travesias, cada uno de los cuales se centra en América Latina. Las intrigas de estos Cuentos bajo el trópico de Cáncer que, además de Sálvese quien pueda, incluyen: La concha y el yate, Caida, Oruga, Récord, y Volcán, se desarrollan todas durante la segunda mitad del siglo XX. Noramericanos y europeos se meten en líos en este subcontinente, donde no sólo la riqueza y la miseria, sino a menudo el amor y la violencia están separados por una fina membrana. ¿Aguantarán? Y si lo hacen, ¿cómo sobreviven a los eventos traumáticos que les suceden? El volumen es también un homenaje a ocho autores del siglo XX, tres de ellos ganadores del premio Nobel y dos más que sin duda se merecían uno. Todos ellos venían de esta parte del mundo o se sentían atraídos por ella. Cuatro de ellos vieron la luz en 1899, los otros cuatro entre 1900 y 1909. Abarcan apenas diez años, pero aún así más de una generación. Uno de estos autores, Ernest Hemingway, llegó a llamar a esta generación la generación perdida. No es casualidad que estos ocho autores hayan pasado la mayor parte de su vida fuera de su biotopo natural o en el exilio. En las historias en las que aparecen, siempre se presentan de forma indirecta, a través de un objeto amado. Por ejemplo, conoceremos el yate de Ernest Hemingway (nacido en 1899, Premio Nobel 1954), la concha favorita de Pablo Neruda (nacido en 1904, Premio Nobel 1971), el “Aleph” de Jorge Luis Borges (nacido en 1899), la red de mariposas de Wladimir Nabokov (nacido en 1899), El bar favorito de Malcolm Lowry (nacido en 1909), el hijo de Miguel Ángel Asturias (nacido en 1899, Premio Nobel 1967), el rosario de Graham Greene (nacido en 1904) y la rosa de Antoine de Saint-Exupéry (nacido en 1900).


Sálvese quien pueda
(fragmentos)


Batida

A veces, Mikio, pareciera que esos dos ya llevan más de treinta años jugando sólo a ese juego. Ese juego de niños. Sálvese quien pueda o Policías y ladrones. Especialmente Xavier Melk, un chico de ojos castaños y pelo oscuro, y Pablo Boon, un larguirucho rubio de mirada azul acero, lo practicaban con fanatismo. Por cierto, en el atrio de nuestra escuela católica mixta, bajo un crucifijo macizo colgaba una reproducción algo descolorida de Brueghel el Viejo. En el marco de una ciudad medieval, se representaron numerosos juegos infantiles, como: caballito, la procesión nupcial y la gallinita ciega. Van Zeeland, el director, pensó que debíamos honrar los juegos infantiles. Según él, fomentaban el espíritu de equipo. Así que nos obligaba a jugar al juego llamado la cadena durante el recreo. El jugador que se la quedaba trataba de alcanzar a uno de los que corrían. Si lo conseguía, ambos se daban la mano y juntos corrían a atrapar a otro. De este modo, se formaban grupos de dos y tres que debían atrapar a los compañeros que seguían corriendo libremente. Si el grupo estaba formado por cuatro individuos, la cadena podía dividirse en dos. Cuantos más grupos de dos y tres se formaban, más difícil era evitar ser atrapado. 
El último que quedaba sin tocar era el ganador.
Desde el principio, Xavier y Pablo preferían Sálvese quien pueda a la cadena.
La cadena en realidad representa una batida sugirió Xavier. ¡El último que siga suelto será perseguido y encarcelado!
Ningún juego en la pintura de Brueghel añadió Pablo es colectivo. De todas formas, el caballito, la procesión nupcial y la gallinita ciega no son juegos cooperativos. Sálvese quien pueda sí lo es, y por cierto, no aparece en el cuadro de Brueghel.
Al principio de las vacaciones de verano, Mikio, vi a un grupo mixto de exploradores jugando en este parque al juego preferido de Xavier y Pablo, que también se convirtió en nuestro juego favorito. Su autobús de Charleroi estaba estacionado al borde del Parque de Bruselas. Justo frente a la embajada americana. La manada estaba amontonada alrededor del quiosco de música. Cuando Akela, la jefa de la manada, preguntó a los chicos a qué querían jugar, gritaron al unísono gendarme-et-voleur. En otras palabras: Policías y ladrones.
A continuación, Akela dividió la manada en dos grupos de diez y delimitó la zona de juego alrededor del quiosco. Para ser reconocidos, los policías debían llevar un brazalete azul y los ladrones uno rojo. Las escaleras que subían a la plataforma del quiosco de música servían de lugar de detención. Quien era tocado por un azul era detenido y tenía que esperar en la escalera hasta ser liberado. Para ello, un rojo libre debía tocar al rojo capturado sin ser tocado él mismo. Por lo general, empero, los azules solían lograr detener a todos los rojos.
Francamente, Mikio, ese juego siempre me ha parecido subversivo. En la cadena, cada uno debía convertirse en uno de los múltiples eslabones de la cadena. Pero con Sálvese quien pueda, si bien es cierto que los policías debían ganar, ¡la mayoría anhelábamos secretamente ser liberados!
Lo mismo ocurrió en nuestra escuela católica. En ese entonces, yo estaba enamorado de Luz que murió hace veintidós años, cuando tenía veintidós, en su Harley-Davidson 1000 Café Racer. Tanto Xavier como Pablo habían echado el ojo a Francine Bloem, una chica pelirroja con pecas y trenzas. No era ninguna Pepita Mediaslargas, pero con sus ojos color miel dorado y sus mejillas con hoyuelos sí era una chica guapa. Xavier y Pablo siempre se aseguraron de que Francine perteneciera al grupo de los liberadores. Su propio grupo. Por cierto, Francine solía ser la primera en ser capturada. Xavier y Pablo competían entre sí para liberarla. A veces esto llevaba a situaciones bufonescas; con frecuencia, Xavier y Pablo hacían lo imposible para ser el primero en tocarla. 
Mucho más tarde, cuando hace tiempo había dejado de participar en los juegos infantiles, me enteré de que también se podía jugar a Sálvese quien pueda de otra manera. En vez de atrapar, podías besar. Por eso, Sálvese quien pueda se llamaba a veces Encantado con beso o Besa y corre. Pero incluso si hubiéramos sabido en nuestra infancia que se podía jugar a Sálvese quien pueda de esa manera, no nos habríamos aventurado a hacerlo. Entre la mayoría de los chicos y chicas, sobre todo aquellos criados en un medio católico, seguía existiendo un profundo abismo. Se frecuentaban en la escuela y a veces en los scouts, pero en la eucaristía estaban estrictamente separados, cada uno a su lado del altar. 
A Xavier y Pablo no les importaba esa separación y después de clases cantaban a viva voz para una sonrojada Francine el último éxito de los Beatles: All you need is love.

Vía Crucis

Xavier Melk era hijo único de un tostador de café cerca de la Estación Sur de Bruselas. Cuando viajábamos en tren a París, Basilea o Turín, podíamos oler el aroma del café tostado junto al del chocolate: en la calle donde se encontraba la fábrica de café Melk, también estaba la fábrica de chocolate Côte d'Or. Papá Melk era un liberal de corazón y había viajado por todo el mundo para hacerse con los mejores granos de café. A partir de los años setenta, importaba la mayor parte desde Centroamérica, y especialmente de estos cuatro países: Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Estos países, que en conjunto representaban una doceava parte de la producción mundial, eran ideales para el cultivo del Arábica. Los cuatro países se beneficiaban del fértil suelo volcánico y de la altitud ideal, entre quinientos y mil quinientos metros. Desde niño, Xavier sabía que un día sucedería a su padre al frente de la fábrica de café y que, por ende, además de derecho, estudiaría economía. Al fin y al cabo, después de forjar los contactos adecuados, tenías que concluir los contratos adecuados. Y en un mercado mundial con muchos altibajos, los conocimientos básicos de economía eran esenciales. Era mejor no dejar estos conocimientos en manos de unos desconocidos, por muy brillantes que fueran.  
Pablo Boon era el único hijo, pero también el hermano mayor de tres hermanas, de un lechero flamenco de la región llamada Payottenland. La lechería Boon estaba situado en la frontera occidental de Bruselas con Flandes. Papá Boon llamó a su hijo Pablo en honor a Pablo Neruda. También compartía los ideales comunistas del poeta chileno. Sin embargo, nunca se había afiliado al Partido Comunista. En el campo, esto no se habría apreciado. Un agricultor, que además era vecino de Boon, había conservado un cartel de la guerra, en el que el comunismo se representaba de la siguiente manera: Tu mujer para todos, tu tierra para todos, la miseria para todos.
Angèle Boon, la esposa que papá Boon no quiso compartir con nadie a pesar de la propaganda de su vecino, quería absolutamente que sus hijos recibieran una educación católica. También debían ser activos en la Brigada M. Esta se había establecido tras el ejemplo holandés cuando apenas teníamos un año de vida. El objetivo principal era reducir la montaña de mantequilla de nuestros países bajos. La Brigada M no era un simple truco publicitario para aumentar el consumo de productos lácteos: la brigada proyectaba la imagen de un movimiento juvenil con sus propios símbolos y rituales. Mamá Boon, sin embargo, sabía que, si querías un verdadero movimiento juvenil, tenías que unirte a los scouts. El párroco Sacré, por cierto, recorría todas las familias que acudían regularmente a la iglesia para escuchar sus homilías. Papá Boon nunca puso un pie en la iglesia, pero Mamá Boon insistía en que Pablo, Gabriela, Isabel y Victoria la acompañaran a la misa dominical.
Así es como Xavier y Pablo se conocieron cuando tenían ocho años, en los lobatos, de los que yo también formaba parte. Por cierto, pensé que con las iniciales de sus nombres de pila: X de Xavier y P de Pablo, habrían encajado mejor en el movimiento juvenil llamado Chiro. El Chiro era nunca supe por qué conocido por ser más liberal. Y así, con Akela, Baloo y Kaa como líderes y El Libro de la Selva como biblia, Xavier y Pablo acabaron siendo parte de los únicos exploradores católicos de verdad. La Promesa, que hicimos juntos en forma de canción, no era poca cosa, sobre todo si se tiene en cuenta que termina con la palabra muerte:

Te hemos prometido solemnemente, oh Jesús 
reconocerte siempre como superior

Prometemos toda la vida como nos has ordenado
seguirte y servirte hasta nuestra muerte

No nos sentíamos como exploradores en una búsqueda de tesoro, sino como soldados de la fe, sirviendo a Jesús para que Él algún día reine sobre el mundo como Cristo-Rey.
Con motivo del Mundial de Inglaterra de 1966, intercambiamos estampitas de Pelé y Garrincha, pero también de Bobby y Jacky Charlton. Papá Melk y papá Boon se veían regularmente en la tribuna principal del Anderlecht, que en ese entonces ganaba los títulos de liga año tras año. Al igual que mi propio padre, se tuteaban con Jan Mulder, Jef Jurion y Paul Van Himst. No se sabe si esperaban secretamente que nosotros también siguiéramos los pasos de aquellos futbolistas famosos en nuestros países bajos. Lo cierto es que tanto Xavier como Pablo, al igual que yo, estaban predestinados a hacerse cargo del negocio familiar. Pero primero había que enfocarse en nuestro presunto perfeccionamiento moral. 
Así que, en la semana anterior a la Pascua, nos unimos al Vía Crucis. El uniforme que llevábamos: gorra verde con ribetes amarillos, jersey de lana verde con la insignia anual, pantalones cortos marrones y medias largas grises, nos llenaba de infinito orgullo. 
Para los pobres y los oprimidos dijo el párroco Sacré a través del megáfono cuando llegamos a la cruz que representa la duodécima estación, donde Jesús muere en la cruz. Y todos juntos respondimos: «Escúchanos Señor, ¡te rogamos!».
Tras una breve oración, cerramos piadosamente los ojos para que la infinita bondad de Dios pueda permearnos mejor. Luego continuamos nuestra pasión por el paisaje ondulado en el que Brueghel el Viejo (otra vez él) había situado La parábola de los ciegos. La obra de Brueghel pretendía ilustrar el dicho bíblico: Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la zanja. Y efectivamente, en el lienzo de Brueghel se podía ver una fila de ciegos avanzando con vacilaciones, con la pequeña iglesia de Sint-Anna-Pede al fondo. Esta estaba situada justo enfrente de la lechería de los padres de Pablo. Con su aserción, Jesús se refería a los fariseos, a esos santurrones hipócritas. 
Los ciegos que habían pasado la iglesia cayeron en la zanja de barro. El mensaje era claro: cualquiera que deje la iglesia de lado, seguirá tropezando en la oscuridad durante siglos, ¡como aquellos ciegos! 
Hay que reconocer que, con nuestros uniformes de exploradores, estábamos firmemente convencidos de que los transeúntes nos miraban como si fuéramos sus futuros ángeles de la guarda. Al fin y al cabo, irradiábamos piedad divina y determinación y no sería cosa sencilla desviarnos hacia el entretenimiento fácil. 
Hasta el Tercer Mundo podía contar con nosotros. Para esos pobres y oprimidos salíamos a vender barquillos de azúcar, llaveros y boletos de lotería en los semáforos, en las plazas de los pueblos e incluso de puerta en puerta. Cuantos más barquillos de azúcar se comían aquí, menos hambre habría allá. Cuantos más llaveros vendíamos aquí, más fácilmente podrían tomar ellos su destino en sus manos. Y cuantos más boletos de lotería vendíamos aquí, más afortunados habría allá. 
¿Acaso no se trata de eso, el amor del prójimo?

Religión

Después de la escuela primaria, papá Melk y papá Boon enviaron a sus sendos hijos al Collège Saint-Michel, a la sección de Ciencias Modernas; se llamaba así porque ahí no te enseñaban latín ni griego. 
«Para aprender la lengua de Voltaire», así nos dijeron.
El colegio jesuita francófono estaba ubicado en Etterbeek, cerca del Berlaymont, la sede de la Comisión Europea. 
¿Y yo? Pues mi padre me envió al Colegio del Sagrado Corazón, dirigido por sacerdotes de la diócesis y ubicado detrás de la basílica nacional de Koekelberg. Así fue como no volví a ver a Xavier y a Pablo por los siguientes cinco años. 
Mi padre, el cervecero de cerezas, tenía una cena bimensual con papá Melk y papá Boon en el Club Rotario Brueghel. Compartían la mesa, además, con papá De Ryck, constructor de puentes ferroviarios, y papá Bloem, el padre de Francine, que dirigía una panadería industrial. 
Así fue como me enteré de que Xavier y Pablo, que igual que yo ya habían cumplido dieciséis años, habían sido hinchas de dos equipos opuestos en la final del Mundial de 1974. Xavier había apoyado a la Mannschaft y Pablo a la Naranja Mecánica.
¿No eres del equipo de Robbie Rensenbrink, el mejor delantero izquierdo que jamás ha tenido el Anderlecht?
Sí, en efecto asintió Xavier. Pero por el momento, me caen bien nuestros archienemigos de dos guerras mundiales.
¿En serio? ¿Y dónde están alineados?
Arthur Schopenhauer en la portería y Friedrich Nietzsche en la delantera.
¿Y Karl Marx? ¿Qué posición has pensado para él?
En el mediocampo, pero preferiblemente en el banquillo.
De estos diálogos, por los que nuestros padres se reían a carcajadas, cualquiera podría concluir que Xavier y Pablo hacía tiempo habían abandonado su pasión por el Mundial de Fútbol.
Al año siguiente, el último año de la secundaria, Xavier y Pablo se cambiaron al Colegio del Sagrado Corazón. ¿Cómo así? Ambos habían sido expulsados del Collège Saint-Michel.
Normalmente, era muy difícil que te transfieran del sistema educativo francófono al sistema de habla neerlandesa. Pero mi padre conocía al prefecto del Colegio del Sagrado Corazón, el reverendo Parein. Su familia producía galletas desde 1895, y éstas se habían hecho mundialmente famosas. A mi padre no le costó mucho convencer al heredero de la fábrica de galletas de que la exclusión de los dos fuera producto de un malentendido.
Dentro de la propia Iglesia, los jesuitas no siempre son queridos había dicho mi padre.
En este país es mucho más fácil cambiar de religión que de idioma comentó papá Boon. 
Afortunadamente respondió papá Melk la educación es libre en Bélgica.
Así que Xavier y Pablo pudieron terminar al menos sus estudios secundarios. 
A pesar de su indudable compromiso con los jóvenes exploradores de tendencia nacionalista flamenca, algunos de sus compañeros los consideraban fransquillones. Este es un apodo despectivo usado para los Flamencos favorables al dominio de la lengua francesa.  ¿Acaso no venían de un colegio francófono? Al principio, por cierto, fueron muy discretos sobre los motivos de su expulsión. Pero nosotros, que los conocíamos de antes, estábamos muy interesados en saber cómo habían terminado en nuestro colegio. 
Y así nos enteramos de que, en el quinto año de secundaria, habían entrado en conflicto con su maestro de religión Jean-Baptiste de Saint-Père. Hasta el penúltimo año, Semper, como lo llamaban invariablemente Xavier y Pablo, siempre había estado muy satisfecho con la fe religiosa de ambos amigos; Xavier solía usar la frase de Jesucristo: «¡No juzguéis y no seréis juzgados!» Y Pablo, amante de los animales, se lo pasaba citando a San Francisco. Al igual que su propio padre, éste no sólo se preocupaba por la suerte de los pobres, sino que supuestamente también había decía: «¡Todos los seres vivos son nuestros hermanos!».
Sin embargo, esto cambió repentinamente en el año en que la Mannschaft le ganó el título mundial a la Naranja Mecánica. Porque Xavier y Pablo no sólo aprendieron la lengua de Voltaire, sino que además empezaron a leer a Voltaire, quien como ellos había asistido a un colegio jesuita. 
Así, Cacambo, un personaje de Cándido, la novela más conocida de Voltaire, describe a los jesuitas de forma poco halagadora: ¡En cuanto a mí, no veo nada tan divino como Los Padres, que aquí hacen la guerra al rey de España y al rey de Portugal, y que en Europa confiesan a esos reyes; que aquí matan españoles y que en Madrid los envían al cielo!
Matar españoles en Paraguay, pero bendecirlos en Madrid sería una contradicción para cualquiera, ¿no? ¡Pues no así para los jesuitas!
Paraguay, ¿dónde se encuentra ese país? le preguntó Pablo a Xavier.
En el corazón de Sudamérica. Pero en realidad, para Voltaire es un país imaginario, porque nunca viajó al continente americano.
¿Así que se reduce a lo que afirmaba Blaise Pascal?
Sí asintió Xavier. ¡Verdad más acá de los Pirineos, error más allá!
¿Pero no nos enseña no sólo la Iglesia sino también la ciencia que sólo hay una verdad?
Sí volvió a asentir Xavier. Así como la afirmación de que habría un solo Dios. Pero bromas aparte: siempre hay que considerar el contexto.
¡Jesuita mediocre! se rio Pablo.
No es por gusto que voy a estudiar derecho se rio Xavier a su vez. Allí, de vez en cuando, un jesuitismo bien colocado puede hacer maravillas.
Pues yo prefiero el periodismo respondió Pablo. Allí, la objetividad es una necesidad absoluta.
La objetividad es a menudo una falta de personalidad opinó Xavier, que tras leer a Voltaire había descubierto no sólo a Schopenhauer sino también a Nietzsche.
Ni los científicos ni los periodistas deben permitir que su subjetividad intervenga respondió Pablo. ¿O crees que la parcialidad ofrece alguna garantía para llegar a la verdad?   
¿Qué es la verdad? preguntó Xavier a su vez. Poncio Pilato ya le hizo esa pregunta a Jesús, y este último tampoco conocía la respuesta.
Sí, lo conocía, Xavier. Jesús habría respondido: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
¿Quién se atreve a afirmar que su camino es el único posible? ¿No demuestra esto que la parcialidad forma parte de la vida?  Lo es en el fútbol, pero también en la religión y aún más en la política. Tu objetividad es un embrollo insipido, Pablo.
¡Jesuita mediocre! volvió a concluir Pablo.
Así es como sospecho que debió de sonar su diálogo, Mikio, ya que recién en la universidad los volví a ver. Pero viéndolo en retrospectiva, el conflicto con Semper era inevitable.
Todo empezó con una simple pregunta de Pierre-David, un compañero de clase. Sin embargo, no era un cualquiera. Pida, como lo llamaban Xavier y Pablo, era el nieto de un antiguo primer ministro que además fue ex-alumno del Collège Saint-Michel. Se lo consideraba tanto ingenuo como de espíritu libre. Su pregunta fue un verdadero golpe de efecto: «Si Dios es amor, ¿por qué sus representantes nunca pueden hacer el amor?» O más sencillamente: «Si Dios es amor, ¿por qué el sexo es tabú?».
Semper se había puesto colorado y le mandó sacando a Pida. Con todo, echarlo del Collège Saint-Michel era impensable. Ya sabes por qué.
Una semana después, Xavier escribió un ensayo sobre la muerte de Dios. La religión, así escribió, está completamente anticuada. Los teólogos son como astrólogos que pretenden extraer lecciones de vida de galaxias extinguidas hace tiempo. Enseñar religión, sabiendo perfectamente que Dios está muerto, es como jugar un partido de pelota sin pelota. 
Pablo, por su lado, había contrastado la revuelta de Espartaco con el culto dedicado a Cristo. ¿Cómo es posible que la gente se obsesionó durante siglos con la crucifixión de Cristo, pero haya permanecido ciega ante el destino de seis mil seguidores de Espartaco? Para aquel individuo que murió en el Gólgota se cambió incluso el calendario, mas los esclavos crucificados a lo largo de la Vía Apia fueron ignorados.
Al final de la jornada escolar, Semper mandó llamar a Xavier y a Pablo a su despacho. Estaba ubicado en la pequeña torre del colegio y sólo se podía acceder a ella por una escalera de caracol. 
A Xavier, la habitación le recordaba al consultorio de un psiquiatra, pero este tenía un enorme crucifijo y le faltaba una biblioteca bien surtida. Pablo, en cambio, se fijó en la ventana enrejada, por lo que pensó más bien en una celda de prisión, pero esta tenía una zona de estar con tres sillones de cuero. 
Semper les preguntó a los dos chicos, que hasta entonces habían sido modelos de fervor religioso, qué les había poseído. ¿Por qué de repente Xavier salió con Nietzsche y Pablo con Espartaco? ¿Acaso no se daban cuenta de que su diligencia sólo podía conducir al nihilismo, en lo que respecta a Xavier, y al marxismo, en lo que respecta a Pablo? ¿Comprendía Xavier que con su superhombre, Nietzsche les dio a los nazis un arma poderosa para esclavizar y matar a casi todo el mundo? ¿Y de verdad pensaba Pablo que los trabajadores de los estados en los que se refería a Espartaco estaban mejor que en los países donde se adoraba a Cristo? Si Nietzsche y Marx eran los nuevos héroes, ¿por qué no de una ponerlos a Hitler y Stalin en el pedestal?  
Xavier respondió que la propia iglesia siempre había presentado a Jesús como un superhombre y que siempre había utilizado la voluntad de Dios como excusa para su propia voluntad de poder. 
Y Pablo añadió que la Iglesia siempre había mantenido al pueblo en la ignorancia y que, por tanto, tampoco debía pretender de repente abrazar a los pobres. 
De ahí, el informe de Jean-Baptiste de Saint-Père sobre Xavier y Pablo a la dirección del Collège Saint-Michel llevó a una sola conclusión: ¡había que expulsarlos!
Tanto papá Melk como papá Boon habían instado a sus hijos que se queden calladitos en el Colegio del Sagrado Corazón. Su futuro dependía de ello. Y así, ni Xavier ni Pablo hicieron declaraciones desmedidas. Su principal objetivo era obtener el diploma final. Pero para llegar hasta ahí, el único escollo era la así llamada prueba final de madurez. Al fin y al cabo, ¿no es eso de lo que tratan las humanidades? Tenías que mostrarte más humano. 
Xavier y Pablo habían entendido perfectamente lo que se esperaba de ellos. En la tesis obligatoria sobre el futuro material y espiritual de la humanidad, mantuvieron un perfil bajo. Parecían haber olvidado por completo, cada uno en lo que a él respecta, su trato con Nietzsche y Espartaco, pero no con Voltaire y Pascal. 
Según Xavier, Voltaire había afirmado que, si Dios no existiera, habría que inventarlo de nuevo para mantener al ser humano en el buen camino. El concepto de Dios era, por así decirlo, el sello de la moral. Si, por el contrario, Dios no existiera, nadie tendría que obedecer las normas.
Según Pablo, por su parte, Pascal hizo una conjetura, el llamado pari pascalien. De esta apuesta, el hombre siempre saldría vencedor. Porque si Dios no existiera, el hombre no sería más que un gusano que fácilmente se puede pisotear. Pero si Dios existiera, el ser humano, creado a su imagen y semejanza, podría tomarlo de modelo. Y después de todo, ¿no somos todos iguales ante Dios? 
Las conclusiones de ambos amigos fueron muy del agrado del jurado examinador, que incluía a Kerkhofs además de Parein. Afortunadamente, ninguno de estos señores preguntó qué pensaban Xavier y Pablo sobre el más allá, a lo mejor porque ellos mismos tenían sus dudas.
En cualquier caso, Xavier y Pablo fueron sinceros en sus conclusiones. Pues Xavier veía en la moral un medio para hacer la vida vivible para todos o para mantenerla así. Y para Pablo, la igualdad de trato de todo ser humano, por parte de Dios, pero sobre todo del Estado, era un primer paso hacia una sociedad sin clases. 
Y así, motivo de gran satisfacción para sus padres, que a pesar de todo eran respetuosos de la jerarquía, ambos amigos terminaron su educación secundaria con una rotunda enhorabuena.

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