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Después de nosotros los infantes (I)

‘Cuando vendrá la primavera, si ya he muerto, las flores florecerán del mismo modo y los arboles no serán menos verdes que en la primavera pasada,’ escribe Fernando Pessoa, antes de hacer esta constatación, terrible para algunos pero libertadora para otros : ‘La realidad no me necesita.’
En una isla abandonada, perdida en medio de la inmensidad oceánica, el poema de Pessoa debe sonar como una liberación. Que nuestra muerte, y por ende nuestra vida, no altera el orden natural de las cosas, puede aliviarnos. Somos totalmente libres. Que decidamos de hacer el bien o el mal, que nuestra huella de carbono sea minúscula o gigantesca, no cambiará mucho. Las flores florecerán del mismo modo y los arboles no serán menos verdes que en la primavera pasada. Nuestros huesos en la playa de esta isla, blanqueados por el viento y la lluvia, serán los únicos señales de vida que habremos dejado atrás. La vida no se detiene después de nuestro último suspiro. La vida no nos necesita. Nada se crea, nada se pierde. ¡ Después de nosotros el diluvio ¡
Hablemos del diluvio. Aún la isla abandonada, si no se eleva mucho encima del nivel del mar y que el deshielo continúa, puede encontrarse bajo las aguas. ¡ Y nuestros huesos, los únicos señales de vida que dejamos atrás, con ella ¡
Eso nos lleva a otra constatación. Más allá del hecho que la vida, a pesar de todo un milagro en el universo, no se detiene con nuestra muerte, no estamos solos en esta tierra. No vivimos en una isla abandonada. Al contrario. Debemos permanentemente tomar en cuenta a los demás. Es cierto que no dejamos de discutir sobre la existencia de Dios o sobre un orden supuestamente natural, o de la necesidad de una Revolución que trastornaría el supuesto orden natural, pero viajamos todos en el mismo barco. Pero que tengamos la opción de comernos los unos los otros como en la balsa de la Medusa o de iniciar un sálvese-quien-pueda como en el Titanic, como solía repetir Jean-Paul Sartre : estamos condenados a ser libres.
Esta constatación suena más como una dura sentencia que como una liberación. Pues implica que el menor de nuestros gestos, como en el efecto mariposa, puede trastornar el supuesto orden natural hasta provocar un diluvio según la fórmula : ‘¡ Las pequeñas causas pueden tener grandes efectos ¡’
Estamos divididos entre dos extremos. Por un lado, la realidad no nos necesita, pues las flores florecerán del mismo modo y los arboles no serán menos verdes que en la primavera pasada. Aunque. Las flores y los arboles de nuestro jardín perecerán quizá luego de nuestra desaparición. Quizá es ilusorio de considerar, como lo hacen algunas tribus indias, las consecuencias de nuestros actos hasta la séptima generación. Pero es absolutamente necesario considerar las consecuencias de nuestros actos para los que están en esta tierra por nuestra culpa. Y es por eso que hay que gritar en voz alta : ‘! Después de nosotros los infantes ¡’

(Traducido del francés el 26 de mayo de 2021)
 

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